Un buen profesor siempre tiene en su caja de herramientas unas preguntas “marcianas”, esas que permiten discriminar entre quien estudió un poquito y quien estudió en serio. Pero un maestro civilizado las utiliza con tino. No sorprende, sino que avisa antes de que lleguen en el examen. Y lo hace de forma elegante, incluyendo algunas en la tarea previa. Así, los alumnos aplicados las resuelven bien dos veces y los despreocupados patinan por partida doble. Eso tiene una consecuencia estadística virtuosa: las notas de la tarea están muy correlacionadas con las del examen. Dato valioso para el maestro que quiera medir la productividad de sus estudiantes.
Eso sí, las cosas están cambiando. Pero antes de entrar en esto, permítame reconocer que, de vez en cuando, me he ido al puerco, porcino…, sí, al chancho con mis alumnos. Admito que les he dado tareas para la casa más cercanas a Júpiter que a Marte. De 100 puntos, el promedio podía ser 50. Bueno, esto hasta hace poco. Ahora, no importa lo difícil que uno haga el ejercicio, la nota promedio supera los 90 puntos.
¡¿Qué pasó?! Fácil. El rápido y generalizado acceso a la inteligencia artificial (IA) está permitiendo a los estudiantes “resolver” la más jupiteriana de las preguntas. Esto implica, por ejemplo, que las notas de las tareas sean mucho menos informativas de quién es quién en la clase. Le doy un ejemplo real: el mismo curso en dos años distintos. Antes del arribo de ChatGPT, en promedio, un punto extra en tareas estaba asociado a 0,6 puntos extras en el examen. Con ChatGPT, el impacto cayó a la mitad.
¿Qué hacer entonces? La instintiva reacción del profe es prohibir el uso de la tecnología, pero eso es como tapar el sol con un dedo para evitar quemarse. No solo no hay forma de evitar que la IA se utilice, sino que posiblemente quien no sepa hacerlo arriesgará desempleo pronto. Por lo tanto, el docente está obligado a innovar. Debe ajustar la forma de enseñar y evaluar para incentivar el estudio, medir los logros e identificar quién puede requerir más apoyo. Todo, por supuesto, asumiendo que los alumnos utilizan IA. En el fondo, la idea es entender que el estudiante puede ser más productivo que antes, pero para eso hay que ayudarlo a integrar tecnología y aprendizaje.
Lo bueno de todo es que no es necesario ser muy creativo para alinear los incentivos estudiantiles frente al nuevo escenario.
Dado que las notas de tareas ahora son menos informativas, hay que privilegiar otras cosas. La IA podrá, por ejemplo, armar una presentación, pero el estudiante debe entenderla y explicarla. Así que, cabros, vamos afinando la voz y retomando la práctica frente al espejo, que regresan las pruebas orales. Ah, y olvídense de los exámenes en computadora. Un 7 con el chat de copiloto es una cosa y otra distinta es un 7 a la antigua. Así que a fortalecer los deditos y practicar la escritura, que vuelven las pruebas en las que no necesitarán más que cerebro, papel y lápiz.