Después de meses de despliegue, se aprecia lo conveniente que ha sido para la oposición la existencia de tres candidaturas presidenciales complementarias.
No solo era perfectamente legítimo que cada uno de los tres postulantes inscribiese su nombre en la papeleta, sino que, además, se está demostrando lo útil que está resultando la convocatoria a tres tipos distintos de opositores, parte importante de los cuales se habría sentido desafectado ante una sola candidatura. Electores de Kast y Kaiser que habrían mostrado su desinterés por Matthei; partidarios de Matthei que se habrían manifestado indiferentes o contrarios a Kaiser y a Kast; adherentes de estos últimos que no se habrían comprometido, respectivamente, con el candidato paralelo.
Pero ya está bien probado por todas las encuestas que la suma de las tres candidaturas se mueve entre el 43 y el 50%, siempre con José Antonio Kast en el primer lugar entre ellas. Eso significa que si los dos candidatos que no obtengan el paso a segunda vuelta expresan desde ya —como lo ha hecho desde un comienzo el propio Kast— la decisión de pedir a sus electores que apoyen a la candidatura que siga adelante, el piso de la postulación opositora única de segunda vuelta debiera estar en torno al 45% de los votos, considerando que siempre habrá quienes no quieran apoyar a un candidato que no les llena el gusto. “Darse el gustito” que lo llaman.
¿Habría sido posible contar con ese piso para la segunda vuelta si hubiese habido una sola candidatura opositora en primera? Casi imposible, porque muchos de quienes desde un comienzo no la hubieran apoyado, difícilmente habrían cambiado de actitud y pasado a darle su voto en segunda. Ahora, por el contrario, todo dependerá en gran medida de la generosidad y entusiasmo con que los dos candidatos que lleguen tercero y cuarto animen a sus electores a sumarse a la candidatura opositora de diciembre. Qué distintas son expresiones como “No nos perdamos: los rivales están en la izquierda que tanto daño le ha hecho al país, y hay que derrotarlos” y “Dejo a mis electores en libertad porque nunca he pensado tener propiedad sobre sus votos, aunque sé que escogerán bien”.
Pero siempre hay muchos peros, y esos son los errores y resquemores de la campaña. ¿Alguna candidatura no los ha cometido? ¿Alguna puede decir que nada de lo expresado por las otras dos le ha resultado ofensivo o dañino? Ninguna.
Llega entonces el momento de la inteligencia y de la generosidad. La inteligencia para entender que lo que realmente está en juego es la imprescindible necesidad de cambiarle el rumbo a Chile. Y la generosidad para sumar las propias capacidades a quien la ciudadanía haya escogido en la primera vuelta como el más apto opositor para ocupar la presidencia. Persona con virtudes y defectos, con aciertos y errores, obvio. Si usted busca un mesías iluminado, ha confundido la política con la religión.
¿No son estos argumentos oportunistas a favor de quien encabeza las encuestas? No, son argumentos de oportunidad, que es algo muy distinto, porque la política es tarea de principios y de oportunidades. No se construye una opción presidencial con prescindencia de las circunstancias, no se comprometen adhesiones fuera de las coordenadas de tiempo y espacio. Todo tiene su momento. Es ahora.
Los tres candidatos opositores seguirán adelante con sus campañas hasta el último día procurando cada uno mejorar su posición. A nadie se le pide que la abandone ahora. Solo parece exigible que desde el fondo de la conciencia se haga presente para ellos la exigencia de expresar, abierta y claramente, que como solo uno estará en la papeleta de diciembre, los otros dos estarán en la calle a su favor.