Señor Director:

Dejé de pensar, de escribir, de investigar, de descubrir. Dejé de conversar conmigo misma antes de buscar todas las respuestas en una pantalla.

Cada vez somos más los que, sin darnos cuenta, dejamos que la máquina piense por nosotros. Le pedimos ideas, frases, incluso emociones. Y, de a poco, vamos apagando las nuestras.

Nos dijeron que la inteligencia artificial (IA) iba a hacernos la vida más fácil; que íbamos a ser más productivos, más creativos, más libres. Pero la verdad es que muchas veces siento lo contrario: más vacía, más dependiente, más desconectada de lo que antes me hacía sentir viva.

Me gustaría decir que nunca la necesité, pero hoy en día todo parece exigirla. Ya no se trata de una elección, sino de sobrevivir en un mundo que no deja espacio para pensar.

Y sí, la IA me ayuda, pero también me roba algo: me roba la pausa, la reflexión, la duda, la satisfacción de pensar por mí misma. Y eso, por más eficiente que suene, no tiene nada de humano.

Quizás el verdadero desafío no sea dominar la IA, sino recordar quiénes éramos antes de ella.

M. Victoria Duch