Es conocido el famoso síndrome del “pato cojo” que suele afectar a los presidentes en los últimos meses de su gobierno. El Presidente Boric parece querer obviarlo haciéndose el “gallo de pelea”, al entrar a la contienda presidencial enfrentando a uno de los candidatos, perjudicando en ese “gallito” a la candidata de su propio sector. Pero así como hay un síndrome para los presidentes salientes, hay otro para los entrantes. Lo llamaremos el síndrome de “llevarse la pelota para la casa”. Un candidato gana en primera vuelta, pero los votos de su tribu no le alcanzan para llegar a La Moneda. Entonces, sale a la caza de “votos prestados”. Promete el oro y el moro, se disfraza, se trasviste, se modera, gana. Llega al poder y se olvida, al mirarse en el espejo con la banda presidencial terciada, de que está ahí por esos votos prestados y que, por lo tanto, no va a poder gobernar solo para su tribu, que con el triunfo está envalentonada y lo quiere todo. Es en esa circunstancia donde veremos si el nuevo Presidente es un estadista o un político sin visión.
Los últimos presidentes electos se han “llevado la pelota para la casa” y, sonriendo, se dirigieron, sin saberlo, al abismo. El abismo de Bachelet dos fue el “combo” de reformas inadecuadas (una de ellas ha contribuido a que seamos más pobres). El abismo de Piñera dos fue no adelantarse a la izquierda que ya le había hecho la vida difícil en las calles en su primer mandato: debió haber propuesto él mismo reformas de salud y pensiones, y una serie de medidas sociales para aliviar a una clase media que empezaba a sufrir en sus bolsillos el estancamiento económico en curso. El estallido lo pilló desprevenido y arruinó sus planes. Boric viviría lo mismo después: ganó la segunda vuelta abrazando a cuanto concertacionista se le cruzara, se sacó selfies con Lagos (otrora despreciado y ninguneado), y ganó la elección. Pero cuando se miró al espejo en La Moneda, una voz interior, la del revolucionario escondido que todo izquierdista romántico lleva dentro, le habló y lo tentó: “¿y si lo refundamos todo?”. Ese fue su “anillo Gobernante”, su “Perdición de Isildur” (Tolkien dixit), que lo llevó a abrazar fatalmente la Convención y todo el aquelarre constitucional subsiguiente. Ese fue su abismo. Esta pelota que se llevaría a la casa sí que era potente: ni más ni menos que una nueva Constitución que soñaba con un “PluriChile” y otras demencias varias. Y el Estallido para Boric fue el Rechazo contundente de un pueblo hastiado de experimentos bizarros: de ahí en adelante, casi no pudo gobernar, solo administrar. Por eso, cuesta ver cuál va a ser su “legado”: porque ese es otro síndrome que aqueja a los que dejan La Moneda: el síndrome del “legado”.
La enseñanza de este cuento que les he contado es clara. Señores aspirantes a la Presidencia: no se lleven la “pelota para la casa” si ganan. Apenas pongan un pie en La Moneda, contengan a sus tribus sobregiradas por el triunfo, sean humildes, no se peleen con la realidad, acepten sus límites y gobiernen lo mejor que puedan. Si logran hacer un gobierno que haga bien dos o tres cosas, ya es un triunfo. Este país no es El Salvador: no van a poder llevar a los delincuentes en un barco cárcel ni levantar un muro de Berlín en nuestra larga frontera.
Veo a algunos de los candidatos con los primeros síntomas de este síndrome al que me he referido. En el equipo de Kast, por ejemplo, empieza a aflorar ese aire de superioridad moral de los dirigentes del Frente Amplio cuando llegaron al poder. Hablan de “parásitos” y se llevan la figura de Jaime Guzmán “para la casa”. Debieran observar lo que le está pasando a Milei en Argentina (a dónde llevan las desmesuras). Veo en Matthei, en cambio, más realismo y me gusta su eslogan de Chile como un solo equipo: me da la impresión de que ella no se quiere llevar la pelota para la casa. De Jara no digo nada: todos sabemos que va a perder y no va a tener la oportunidad de llevarse la pelota para la casa. ¡Por suerte!