Existen distintas maneras de ser inculto y se puede serlo en varias formas al mismo tiempo. Confieso serlo en muchas de ellas. La cultura no es ya ese barniz que se esparce por una superficie limitada y más o menos abarcable. La cultura hoy implica la capacidad de reconocer distintos cuerpos donde el saber y la creatividad se mueven, y reconocer también que cada uno tiene su valor, aunque resulten ajenos a la propia sensibilidad y experiencia.
Todo esto se me viene a la cabeza por el éxito que está teniendo una presentación de “31 Minutos” realizada en un programa llamado “Tiny Desk”, de la radio NPR, de Washington, una instancia muy prestigiosa en la cultura pop. El escenario —un espacio reducido— semeja a un abigarrado y caótico escritorio del locutor de la radio, la presentación dura casi 28 minutos, se graba, el video se sube a internet y se puede ver gratuitamente. Ese es el artefacto y su forma de conectarse con su audiencia.
El de 31 Minutos pasaba ya de 2,5 millones de visualizaciones cuando escribía esta columna.
La presentación tiene su origen en el célebre programa infantil (pero que también es gusto de adultos) llamado precisamente “31 Minutos”, el que se estrenó el año 2003 en Televisión Nacional de Chile, de los periodistas Pedro Peirano y Álvaro Díaz. El programa, protagonizado por unos títeres, parodiaba el noticiario de televisión “60 minutos” del mismo canal, incluyendo canciones pegajosas, ingeniosos sketchs y diálogos absurdos.
En este video se observa un escritorio con sus repisas y estanterías repletas de libros y de objetos de papelería. Alrededor del escritorio, bastante apelotonados, se acomodan, al ojo, unas 10 personas, los músicos y cantantes vestidos de una manera estrafalaria pues se mimetizan con el escenario en vez de destacarse de él. El grupete, exultante de alegría y entusiasmo, casi sin respiro, va entonando graciosas canciones que los títeres van ligando unas con otras. El conjunto es bizarro, chistoso, con toques de ironía y mucha creatividad. No hay que ser experto para darse cuenta de lo mucho que costó producirlo, que nada fue dejado al azar y que hay muchos guiños y referencias a otros bienes culturales.
La idea de ser invitados al escritorio del locutor de la radio para presentar desde allí su espectáculo resulta bastante subvertida por estos jocosos artistas que más bien parecen una patota de irreverentes juglares apropiándose del lugar.
La pertenencia a una tradición que se sigue y se modifica a la vez, el cultivo por los detalles, el oficio, el hacer bien hecho, el cuidado por la forma, una voz que celebra y critica configuran un producto cultural de calidad. Felicitaciones, 31 Minutos.