Sí, rugby y fútbol. Ambos nos han brindado espectáculos para recordar en estas semanas. El del rugby, fantástico; el del fútbol, lamentable. Por lo mismo, no los debemos echar en saco roto. A pesar de tener un signo tan contrapuesto, comparten una característica saliente: responden a trayectorias en el tiempo. Tiempo para surgir, en el rugby; tiempo para decaer, en el fútbol. Por lo mismo, los resultados obtenidos, en ambos casos, no han sido sorpresivos.
El rugby ha sido un deporte de grupos muy circunscritos, muy reciente como actividad profesional y por eso es muy significativo que haya logrado clasificar para el próximo mundial, igualando lo alcanzado en el anterior, que fue el primero que disputaron. Es un logro que comenzó por los dirigentes, que propusieron metas ambiciosas y se orientaron a lograrlas. Lo primero fue encontrar un técnico que reuniera capacidad y adhesión a las metas propuestas, cuya primera tarea fue juntar a los pocos jugadores que existían entonces e impregnarlos del espíritu necesario. Luego, sostener el rigor, la disciplina, la tenacidad y el espíritu de superación para sobreponerse a las infaltables adversidades que nunca dejan de contrariar los mejores deseos.
El fútbol, en cambio, ha sido todo lo opuesto. Un deporte masificado en la población, que ha producido infinidad de jugadores y con más de un siglo de trayectoria en nuestro país. Tradicionalmente se ubicaba en la medianía mundial. En un momento dado los dirigentes quisieron que fuera más y se logró ascender un primer peldaño: formar un elenco de jugadores de nivel superior. Sin embargo, hasta ahí se llegó. Descansando en esa generación dorada se durmieron en los laureles. Y el tiempo implacable se la llevó. Y no hubo reemplazo hasta ser colista en el continente. En realidad, lo que se perdió fue el impulso de ser más, lo que debía originarse en los dirigentes para transmitirse a la organización, a los técnicos y los jugadores. Hoy no hay técnicos, no hay jugadores, no hay dirigentes. Todo indica que tiene que nacer de nuevo.
Las similitudes con nuestro país son significativas: después del impulso para lanzar al país a la altura, vino la blandura de estar en esas nubes y despreciamos las exigentes tareas que requiere mantenerse y superarse. Preferimos el camino fácil de los atajos vistosos que solo llevan al abismo, que es el panorama que tenemos por delante. Hoy necesitamos rugby y dejar la chapucería del fútbol. Ya sabemos que somos capaces. Lo que falta es conducción.