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Editorial
Domingo 05 de octubre de 2025
Mal cierre del Gobierno
Los últimos meses de gobierno ponen a prueba la templanza de los mandatarios, su autocontrol para saber ceder espacios, la fortaleza para no caer en provocaciones y, en cambio, situarse por sobre la contingencia electoral.
Los últimos meses de los gobiernos suelen ser ingratos para los presidentes, pues el protagonismo usualmente lo tienen los candidatos presidenciales y sus propuestas de futuro. Con o sin fundamento, en este período abundan las críticas a la gestión de la administración saliente —incluso desde el oficialismo no es raro que quieran desmarcarse de lo que antes apoyaban con entusiasmo—, se resaltan una y otra vez los errores cometidos, los vacíos dejados y se enjuician muchas veces con ligereza los resultados obtenidos. Ello pone a prueba la templanza de los mandatarios, su autocontrol para saber ceder espacios, la fortaleza para no caer en provocaciones y, en cambio, situarse por sobre la contingencia electoral y, en general, su capacidad para entender la importancia de darle un sentido republicano a sus apariciones y al cierre de su gobierno.
Y es que el presidente en ejercicio es quien tiene la primera responsabilidad —desde luego también requiere el apoyo de la oposición— en cuidar las formas y asegurar un traspaso de la Primera Magistratura en un ambiente en que impere la amistad cívica. Es lo que han hecho todos los presidentes desde la vuelta a la democracia; un logro político enorme que ha sido un sello distintivo del país.
Fue lo que hizo también Sebastián Piñera en la última elección presidencial, en que pese a los ataques que debió enfrentar su administración —acusaciones constitucionales infundadas en su contra, una revuelta social violenta que pretendió ser aprovechada por sectores de izquierda para sacarlo del poder y, en general, una estrategia para desestabilizar la institucionalidad y la economía del país—, tuvo un comportamiento ejemplar en el cierre de su gobierno al procurar siempre tender puentes con los adversarios. Aun cuando el entonces candidato Boric lo amenazó con perseguirlo penalmente incluso en el extranjero y tampoco tuvo inconveniente en apoyar el cuarto retiro de los fondos de pensiones, a sabiendas del daño que provocaba en los sectores más necesitados, desmarcándose así de sus más cercanos asesores económicos que lo desaconsejaban. Justificaba el entonces diputado esta acción populista en plena segunda vuelta con palabras que desde luego estaban muy lejos de la seriedad fiscal que reclama ahora de otros: “Hoy en el Congreso y el 19 en las urnas, tenemos dos modelos de país: uno que entiende las necesidades y urgencias de la gente, y otro que niega ayuda a quienes lo necesitan. En nuestro gobierno nunca más los trabajadores tendrán que salvarse solos”.
Boric en su peor versión
Lamentablemente, en estas últimas semanas parece haber resurgido esa peor versión de Gabriel Boric, muy lejos de lo que se esperaría de un Presidente de la República que tiene que representar con sobriedad a todos los chilenos y garantizar la prescindencia en la campaña. Su conducta se asemeja ahora más a la de aquel diputado que intentaba concentrar la figuración a como diera lugar —en estos días abundan sus apariciones informales en los estadios— y abrirse espacios sobre la base de buscar adversarios —en su momento, cabe recordar, fue la ex-Concertación, los expresidentes y las principales figuras de los llamados 30 años—; un esquema maniqueo que divide entre buenos y malos, amigos y enemigos, donde el mal siempre lo representan otros que actúan movidos por intereses espurios y en que, por el contrario, sería él quien simboliza el bien y la genuina preocupación por los sectores postergados.
Es lo que ocurrió en su reciente discurso en cadena nacional sobre el presupuesto 2026, donde el adversario elegido ahora fue José Antonio Kast. Sin nombrarlo pero de forma inequívoca, el Presidente Boric aprovechó esa oportunidad para entrar en un debate propio de la campaña: criticó sus propuestas y lo acusó de poner en riesgo los beneficios sociales como la PGU. De paso, y a pesar de lo que dicen las distintas cifras económicas, no dudó en ponerse como ejemplo de quienes entienden “que la responsabilidad fiscal es hacer todo lo que esté a nuestro alcance para atender las prioridades sociales del país y que estos avances se sostengan en el tiempo”. Una estrategia demasiado evidente para no perder el protagonismo y erigirse de paso como la principal cara de la futura oposición frente a un eventual gobierno de Kast, quien según muestran las encuestas tiene una alta probabilidad de llegar a La Moneda. Ni siquiera le importó el daño que esta conducta le podía infligir a la candidata de su sector, pues no solo le quita el protagonismo, sino que reafirma que el eje de la campaña está en la gestión del Gobierno: la opción por el cambio o la continuidad de sus políticas. Un escenario que favorece a los candidatos de oposición, dado el mayoritario rechazo de esta administración, circunstancia en la cual aparece atrapada la candidatura de Jara.
Algo similar ocurrió hace algunos días con el anuncio de la candidatura de Bachelet en la ONU, donde el Presidente Boric privilegió su figuración personal —frases para llamar la atención que se alejan del sentido diplomático y una agenda partidaria que incluye a desprestigiados presidentes de izquierda—, sin importarle si su comportamiento juega o no en contra de las posibilidades de la candidatura de la exmandataria. Como se ve, una conducta que parece girar siempre con él de protagonista.