Pocas veces los gobiernos extranjeros aplauden a Trump. Provoca rechazos su política exterior “América Primero”, sin matices, bajo medidas unilaterales transgresoras del derecho internacional, en que no distingue entre aliados y enemigos. Y cuando los líderes extranjeros lo aplauden, muchas veces es por temor a represalias, o bien, con hipocresía, conocedores de que cede a la adulación.
Esta vez los elogios a Trump parecen genuinos, por su Plan para la Paz en Gaza. Líderes europeos y árabes, Rusia y la Autoridad Palestina, reconocen ahora los esfuerzos del Presidente y su equipo. También deberían dar crédito a Netanyahu, que, por su apoyo al Plan, podría perder el poder por el total rechazo a la propuesta del sector nacionalista de su gabinete.
El Plan de Paz, de ser aceptado por Hamas, impondría, en una primera etapa, inmediato cese del fuego; en 72 horas, la liberación de 48 rehenes israelíes y la entrega de los cuerpos de los restantes secuestrados durante la masacre por Hamas, del 7 de octubre de 2023, desde Gaza, que provocó la guerra; la liberación por Israel de 250 terroristas condenados a muerte, y la libertad de 1.700 detenidos gazatíes; se restablecería la ayuda humanitaria; desarmaría a Hamas a cambio de amnistías, se iniciaría la reconstrucción; Israel renunciaría a anexar los territorios de Gaza; reconocería a los gazatíes su derecho a permanecer en ellos. En una segunda etapa, se iniciaría un complejo, condicionado y pausado proceso de reconstrucción y autonomía de Gaza que concluiría con su incorporación al Estado y a la Autoridad Palestina.
Hay motivos para mirar con escepticismo el Plan, en particular sobre la viabilidad de la segunda etapa. Aparte de vacíos, se trata de un conflicto histórico que acumula profundas heridas y la desconfianza entre ambas partes.
Lograr el cese del fuego, aliviar la tragedia por la que atraviesan los habitantes de Gaza y las familias de los secuestrados sería un alivio notable, esperanzador y encomiable. Hasta Hamas ha tenido una reacción inicial constructiva aceptando la liberación de los rehenes y el intercambio de prisioneros, aunque bajo confusas condiciones.
Por lejano geográficamente que sea el conflicto, implica a dos colonias residentes que se han visto enfrentadas, la judía y palestina, muy valiosas, de gran aporte al progreso de Chile.
El Gobierno debería sumarse al reconocimiento de la iniciativa de Trump y al apoyo de Netanyahu al Plan de Paz para Gaza. Es tiempo de superar las obsesiones del Presidente Boric en contra de Trump e Israel. Inapropiadas para el interés nacional fueron sus expresiones en contra del Presidente de Estados Unidos y de Netanyahu en su discurso ante la Asamblea de Naciones Unidas. Negativa para la imagen de nuestra diplomacia fue la orden a la delegación chilena de abandonar la sala, sumándose a una turba ruidosa, cuando correspondió a Netanyahu intervenir en esa reunión. No es razonable que se sigan postergando y se mantengan en suspenso las credenciales del nuevo embajador de Israel.