El actual ciclo electoral se ha convertido en un duelo de amenazas cruzadas. Los principales candidatos parecen más empeñados en pintar al adversario como un peligro existencial que en ofrecer una visión propia. Así, José Antonio Kast, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser retratan a la abanderada oficialista, Jeannette Jara, como un serio riesgo: sostienen que su candidatura comunista encarna un proyecto antidemocrático, anticapitalista y de movilización radical. La réplica desde el oficialismo es igual de contundente: se tilda a Kast y Kaiser —la ultraderecha— de “un peligro para Chile” y “una amenaza para la democracia y los derechos sociales” conquistados, presentándolos como un peligro para las libertades fundamentales y para los sectores más vulnerables de la población.
Se dirá que es lógico que cada fuerza intente neutralizar a la contraria presentándola como un peligro. Sin embargo, esa lógica —amén de simplificar en exceso y distorsionar la realidad del adversario— lleva la contienda a una posición meramente defensiva, sin nada positivo que ofrecer.
En el plano programático, salvo Matthei quizá, ninguno de los aspirantes muestra todavía propuestas sólidas ni equipos técnicos convincentes. Jara no ha logrado siquiera consensuar lineamientos esenciales en su heterogénea coalición oficialista, pese a contar con cuadros político-técnicos experimentados. Kast, por su parte, se ha concentrado monótonamente en un libreto de “mano dura” en seguridad y austeridad económica. Además, ha optado por plegar sus banderas valóricas más controvertidas, ocultando esa parte de su agenda.
En cuanto a los atributos personales, cada candidato proyecta fortalezas y debilidades distintivas. Jara aparece como la más empática y cercana a la ciudadanía, pero sin programa y enredada por las polémicas de su bloque. Matthei, como la de mayor experiencia, pero con una campaña confusa, tironeada entre la moderación y el endurecimiento. Kast, como el más rígido y monotemático, enfocado casi exclusivamente en la seguridad y sin declarar su agenda completa. Kaiser aparece como el más áspero e identitario, con un estilo que moviliza a nichos duros, pero sin proyección hacia la masa del electorado. En este cuadro hay bajas expectativas de una sólida gobernabilidad a futuro.
En suma, estamos en medio de una campaña que busca desacreditar al contrario como amenaza, pero deja un vacío en la discusión de ideas y suscita dudas en cuanto a los liderazgos presidenciales. Si los candidatos no logran salir de esta lógica defensiva, la elección presidencial corre el riesgo de reducirse a escoger el “mal menor”: un ejercicio de miedo más que de esperanza en un proyecto de futuro para Chile. Justo lo contrario, pues, de lo que necesitamos.