Los carros del metro en la Línea 6 viajan llenos hasta la estación Estadio Nacional. El grueso de los pasajeros son familias, jóvenes o hinchas del fútbol, que se dirigen en procesión a la inauguración del vigésimo cuarto Mundial Sub 20. Van con la camiseta de la selección chilena y el fenómeno, a los que semana a semana asistimos a los encuentros de Primera División y Ascenso, no deja de sorprendernos.
Después de tres eliminaciones en línea a la Copa del Mundo, ausente de los últimos cinco mundiales Sub 20, fuera de los Juegos Olímpicos desde Sídney 2000, el ritual de acompañar a la selección chilena, en cualquiera de sus categorías, no se diluye. La gente cree, a pesar de los porrazos que el fútbol chileno se dio a partir de 2017, cuando dejó ir de manera impensada el pasaje a Rusia 2018.
En un Nacional casi repleto, esa hinchada genuina, que no lleva bombo, que va por gusto al fútbol, sostuvo al equipo de Nicolás Córdova en su complejo estreno ante Nueva Zelandia. La gente vibró y hasta se emocionó con el 2-1 en el epílogo, cuando Ian Garguez desanudó la tensión.
El clima fue distinto y es la oportunidad y el desafío que se les presenta a los dirigentes del fútbol local, pero también a las autoridades políticas. Salir del metro y ver que el tránsito no está cortado ni en avenida Grecia ni en Pedro de Valdivia, que el público transita por las anchas veredas que rodean el coliseo ñuñoíno, resulta extraño. Estamos acostumbrados a los estadios sitiados, porque desde hace tres décadas se les permitió a los profesionales de la pasión de los clubes grandes tomarse los campos de juego.
Quienes los han secundado, pero sobre todo quienes los romantizaron y justificaron, no pueden eludir su responsabilidad. Lo mismo los equipos, inmersos en el día a día, incapaces de mirar más allá del domingo.
La gente va al Mundial porque se siente segura, como ocurrió en la Copa América 2015, o cuando actúa la selección. El imperativo es lograr que este público permanezca en las tribunas, que no se vaya. Alguien dirá que son fomes, que no cantan y todas esas peroratas sobre el ambiente de las canchas. Lo clave, lo imprescindible, son los jugadores. Ellos dan el espectáculo.
Un aspecto llamativo es el valor de las entradas, más baratas que en la mayoría de los cotejos de los campeonatos locales. Esto demuestra que los violentos que asisten cada jornada disponen de recursos no menores a la hora de adquirir boletos.¿De dónde sacan la plata? Es una duda razonable.
Encontrar fórmulas para recuperar este espacio público es una tarea gigante. No sé si es constitucional, pero presentar el certificado de antecedentes a la hora de comprar el ticket no asoma como despropósito. Sería un cedazo, junto con las medidas operativas, donde los anillos de seguridad son fundamentales. Recoger la base de datos que dejará el Mundial y ofrecerles una opción preferente es una variable para explorar.
Este público que vimos en el inicio del Mundial, el que ovacionó a los “Cóndores” en Sausalito en su sólida clasificación al Mundial de Rugby, es el que vimos durante décadas. Gente normal, que iba a disfrutar de un espectáculo, en un país que se fue y algunos añoramos.