Entre tantas noticias preocupantes y cuando a veces cunde el pesimismo, el reciente campeonato mundial de atletismo en Tokyo fue una gran fiesta de esperanza. Un evento bien organizado y con un público contento y de gran comportamiento muestra que hay vida más allá de las barras bravas. Seguro que en nuestro país son millones los que volverían felices a los estadios si los pocos grupos violentos fueran aislados, como debería ser. ¿Será mucho pedir?
En la cancha, la alegría de los atletas fue contagiosa, y la cantidad de marcas extraordinarias da cuenta de un notable esfuerzo de superación. El atletismo, así como otros deportes individuales, requiere de especial constancia y disciplina. Ante tantos discursos y políticas que buscan nivelar para abajo y parecen incentivar el derecho a recibir sin entregar mucho a cambio, lo visto en Tokyo es una oda al valor del esfuerzo personal como llave de superación. El talento obviamente está, pero lo verdaderamente valioso es el esfuerzo por sacarlo a relucir.
Son muchos los atletas destacados, pero me quedo con la reina, Sydney McLaughlin. La estadounidense de 26 años es poseedora del mejor registro mundial de 400 metros vallas, que ha batido en numerosas ocasiones. Buscando salir de su comodidad, decidió competir en los 400 metros planos, y lo hizo nada menos que rozando el récord mundial vigente desde 1985. Como ella misma reconoce, aunque las vallas parezcan más difíciles —después de todo, son un obstáculo— ayudan como referencia en la carrera, y permiten mantener el ritmo. En la carrera plana, en cambio, se pierden las referencias, lo que representa un nuevo reto. Para quien lo ha logrado todo, la disposición al cambio y a la renovación es siempre compleja y, por ello, su ejemplo es particularmente refrescante.
Pero hay más en McLaughlin. Su sencillez y cauto protagonismo es notable, así como su insistencia en destacar que es el esfuerzo, y no los resultados, lo verdaderamente relevante. El foco casi exclusivo en el triunfo como métrica de éxito en la vida —enfermedad que muchos padecemos— palidece al lado de una mirada equilibrada y amplia de la vida, como ella muestra sin mayores aspavientos. “El atletismo no es mi vida, aunque sea parte fundamental de ella. Voy a correr unos años más, y después, quiero tener hijos, formar una familia con mi marido y dedicarme a acompañar a deportistas jóvenes”. ¿Cómo no va a ser reconfortante oír cómo la campeona se prepara para los desafíos de la vida?
Si no ha visto el mundial, véalo. Le recomiendo la final de los 400 metros planos femeninos y los 3.000 metros con obstáculos masculino. Si lo vio, repítaselo. Lo vivido en Tokyo fue una brisa de aire fresco.