En nota de este diario, de Roberto Careaga, se dio cuenta de una nueva edición de los Ensayos de Michel de Montaigne. Esa edición es de la Universidad Católica del Maule, y a propósito de su aparición fue mencionada en el diario otra anterior de la misma obra, a cargo de Pierre Jacomet, singular y estimadísimo personaje que publicó ese texto en 2008.
Con Pierre solíamos toparnos en un mismo café de Viña del Mar y, pasando por alto una de las reglas que observo en ese tipo de lugares, me sentaba directamente en la mesa en que él estaba, o, no más verme entrar, se levantaba para hacerme lugar y pasar sin más trámite a lo que a ambos nos interesaba: conversar. Tomar café, desde luego, pero sobre todo charlar para hablar de libros y disfrutar la compañía.
Pierre Jacomet no solo editó los referidos Ensayos. También los tradujo en su casa de Reñaca, redactando para ellos un inolvidable estudio introductorio. Un estudio completísimo que discurre no solo sobre los textos del autor francés, sino también acerca de la biografía y época en que a este le tocó vivir y padecer. Padecer, digo, porque eran tiempos de implacables monarquías, libros prohibidos, guerras de religión, quema de brujas y fanáticos de distintos credos.
De manera que partí a buscar la obra ahora editada por el sello editorial de la mencionada universidad, pero antes me tendí largo rato en el chaise longue de mi escritorio para repasar de nuevo los volúmenes de la traducción de Jacomet que guardo en un rincón de mis estanterías. Aproveché de releer algunos de los ensayos y añoré aquellas conversaciones en el café que frecuentábamos. Conversaciones, digo, pero lo que intentaba era hacerlo hablar a él y recoger las perlas que Pierre iba dejando caer. Nostalgia, sí, nostalgia, que no es otra cosa que el valor que damos a personas, situaciones y cosas buenas que tuvimos en el pasado
¿Por dónde partir con los Ensayos? Por donde usted quiera. Lo mejor, según creo, es leerlos a salto de mata, en completo desorden, tal como fueron escritos, guiándose por los títulos dados a esas breves y ágiles piezas literarias. Hay allí tantas entradas seductoras como textos por leer o releer, puesto que tratándose de Montaigne es del caso volver a él una y otra vez. Y llama la atención cuánto se escribe y publica hoy en el tono y estilo de Montaigne, sin hacer más que abrir y desplegar la subjetividad de los autores, si bien con la aspiración de que lo publicado sea en alguna medida universalizable, que llegue a todos, que diga algo a todos, que ejecute una suave música que conocemos y que creíamos haber olvidado.
Montaigne explicó que sus ensayos eran él mismo, su propia persona, aunque con el efecto de que esa primera persona singular se transforma en plural, en nosotros, en lo que nos pueda quedar de humanidad. Una suerte de pintura del yo en que todos podemos vernos retratados y, como él dijo, sin que nadie busque el favor del mundo. “Así, lector —declaró—, yo soy la materia de mi libro”.
Y para muestra, un botón; por ejemplo este: “Me parece que la madre nutricia de las opiniones más falsas, públicas o privadas, es la opinión exagerada que el hombre tiene de sí mismo”. O, si prefiere: por más encumbrado que subamos al trono, “se está siempre sentado sobre el culo”.
Vamos entonces por los Ensayos en esta nueva edición que también proviene de una región.