Una vez le pregunté a un amigo libanés por qué les iba tan bien a sus compatriotas en el exterior, siendo que su país era un desastre, nunca muy lejos de una guerra civil. Me contestó que en el extranjero los libaneses se dedican a trabajar, y cuando se encuentran con otros libaneses, se alegran. Pero cuando vuelven a Beirut se contagian con las pasiones belicosas de su tribu. Pasiones que hacia 1990 conducían a que Beirut se pareciera a la Gaza de hoy.
Me acordé de mi amigo cuando asistí a los Chile Day que se celebraron en Madrid y Londres, entre el 12 y el 16 de septiembre. Porque a esa distancia, gente que en Chile no se tolera conversa amistosamente. Nace una amistad cívica que en nuestro país hemos perdido.
¿En qué consiste? En poder intercambiar ideas sin enojarse si las del interlocutor son distintas. En oír con mente abierta lo que él o ella dice. En poder disfrutar de conversaciones en que cada uno esté dispuesto a aprender del otro, aunque signifique modificar alguna opinión propia. Muchas veces, modificarla para enriquecerla. Es que es iluminador aprender de ese otro, estimulante descubrir que algunos de sus postulados pueden ser válidos, emocionante sentir que él puede estar pensando lo mismo que uno. Además, las ideas que han aguantado la prueba de intercambios racionales entre gente diversa tienen más solidez que las que quedan retenidas en círculos cerrados.
Saliendo de mi burbuja santiaguina, los Chile Day de este año me llenaron de sorpresas. Primero, nuestro tan criticado embajador en Madrid, Javier Velasco. Con entusiasmo estimulaba a los inversionistas españoles a que inviertan en Chile, y en sus discursos —muy articulados— no oí nada desubicado. Enseguida, el ministro Grau. Con poco tiempo para prepararse, se desempeñó muy bien. Obvio que no me olvido de que él pertenece a un movimiento que renegaba del capitalismo, trató de parar el CPTPP y pretendió darnos una constitución inspirada en la de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Pero el hecho es que las presentaciones de Grau en Madrid y Londres fueron inobjetables para quienes queremos que Chile vuelva a crecer.
Grau habló, con razón, de sus esfuerzos para combatir la “permisología”. También de la importancia de las alianzas público-privadas. Se me ocurrió al oírlo que el Frente Amplio ha encontrado, en estas alianzas, una forma digna de aceptar el capitalismo, y de, a la vez, repensar el rol del Estado. No nos obsesionemos con su tamaño, pedía Grau. Hablemos del tipo de Estado que se necesita. Por ejemplo, ¿qué funciones estatales urgen para que proyectos privados de hidrógeno verde prosperen en Magallanes? ¿Para que haya puerto, ductos, líneas de transmisión y agua que permita electrolizar? Razonable la pregunta. También la podríamos extender a la seguridad: Chile no tiene un Estado ni remotamente capaz de luchar contra el crimen organizado.
En fin, durante los Chile Day parecía factible que en el futuro pudiéramos llegar otra vez a acuerdos para el bien del país, por distintas que fueran las posiciones de partida. Los logramos durante los “30 años”, sin necesidad de viajar, hasta que surgieron movimientos de extrema izquierda y extrema derecha que los tildaron de “cobardes” o de “cocina”. Por cierto, logramos un acuerdo hace poco: la reforma de pensiones, que fortaleció la capitalización individual y las AFP, a cambio de mejorar las pensiones actuales. Un acuerdo razonable logrado, entre otros, por la “derechita cobarde”, y que fue denunciado con tanta vehemencia por la “nueva derecha” que parecía que no lo habían leído.
Para el ciclo que viene, lo que menos necesitamos es un gobierno de quienes siempre, de esa manera, le dijeron a casi todo que no. Nos urge uno que nos una. Para eso no hay mejor candidato que Evelyn Matthei. Por algo en la última Cadem, solo el 41 por ciento dice que “decididamente no votaría por ella”. Para Kast, los “decididamente no” son 50 por ciento, y para Jara, 60.