Chile será, a partir de este fin de semana, anfitrión por segunda vez de un Mundial Sub 20.
La primera vez fue en 1987, cuando se le denominaba simplemente Mundial Juvenil y el nombre del auspiciador de esa época era más importante que la edad tope de los futbolistas participantes.
Ese torneo llegó como “dádiva” de la FIFA tras quitarle a Chile el Mundial Juvenil 1985 para dárselo a la Unión Soviética (que era un mejor mercado para el auspiciador). El de este año llegó como regalo de la FIFA tras sacar a Chile de la organización del Mundial adulto 2030.
Parecen historias calcadas. Pero no lo son. Para ser claros y realistas, a diferencia de aquella vez primera, hoy hay poco ambiente previo al inicio del torneo.
Y es fácil entender las razones.
El fútbol, como producto de entretenimiento, ha decaído dramáticamente en Chile. Es tal la inoperancia administrativa para ensalzarlo, es tal la falta de competividad de los equipos, es tal la mediocridad del medio para analizarlo, que no es raro que una competición tan importante esté hoy lejos del interés masivo.
Y es un pecado que esté pasando esto.
Un Mundial Sub 20 es una fiesta ruidosa. Un divertimento. Un “18” XXL. Al menos, debería serlo.
Y es que no se trata de un torneo de jóvenes de proyección que llegan a probar si en el futuro podrán ser profesionales. Ya lo son. Y ellos tienen conciencia de que su misión no solo es participar, sino que, derechamente, tratar de ganar. Sea quien sea el rival.
En Santiago, Valparaíso, Rancagua y Talca no se verán equipos conformados de proyectos de mediano plazo. No. Serán escuadras integradas por futbolistas ya hechos que desplegarán propuestas tácticas y sus respectivas variantes tal como lo hacen los “grandes”.
Un Mundial Sub 20 no es un campo de experimentación. Es un espacio de competición de alto nivel.
Lógico. Hoy, un futbolista de 18 años para arriba, en cualquier parte del mundo, ya sabe (o debería saber) no si puede jugar en el alto nivel, sino que cuál es su estado o realidad en ese grupo de élite.
Esa es la premisa y también la exigencia.
Por ello es que la expectativa de cara a este Mundial que se jugará en Chile no es ni debe ser solo ver “caras nuevas” y aplaudir como si fuera una gracia todo lo que ellas hagan. La verdadera aspiración debe ser observar partidos de cota alta, exhibidos por futbolistas que son de categoría superior y que son capaces de mostrar tanto sus cualidades individuales como sus habilidades para jugar colectivamente.
Habrá ganadores y perdedores. Éxitos y fracasos. Buenas y malas apuestas. O sea, fútbol en su estado natural.
Al que dice que le gusta este deporte, al que se autodefine de corazón como “futbolero”, “pelotero” o “pichanguero” estar a poco del comienzo de una Copa del Mundo en Chile lo debería tener contando las horas. Ansioso.
Pero no. Salvo un porcentaje muy pequeño, nadie está hablando del Mundial Sub 20 que se nos viene como regalo y delicatessen.
Y después nos quejamos por no ser capaces de ganar algo o de clasificar a un torneo…