¿Qué país estamos eligiendo en la próxima elección? Las alternativas son claras. Por una parte, un modelo, una vez más refundacional, que claramente aún subyace al pensamiento del PC y el Frente Amplio, según hemos podido constatar recientemente en los dichos y actos del Gobierno. Por la otra, uno que, en vez de cambios radicales en las estructuras económicas, políticas y judiciales, aboga por un país que mantenga nuestra tradición de democracia liberal representativa dentro de una nación, una República, de ciudadanos iguales ante la ley, de chilenos, mestizos y mapuches; hombres y mujeres; católicos, evangélicos y no creyentes; habitantes de la capital y de regiones. En suma, una sola nación capaz de introducir grandes reformas sin revoluciones ni violencia, pragmáticas y persistentes en el tiempo.
La elección es también entre dos conceptos de lo justo. Uno que concibe la justicia como el imperativo —por razones morales y prácticas— de entregar a todos los habitantes de Chile la posibilidad de desarrollar la totalidad de sus talentos a través de un sistema educacional apto, de modo que cada cual pueda ocupar el lugar en la sociedad al cual sus méritos, su esfuerzo y su trabajo le permitan llegar, al margen de cuál hubiese sido su cuna original.
Otros creen que solo hay justicia en el igualitarismo, cuando los rendimientos son exactamente iguales, así ello lleve a la mediocridad. Pero no hay ninguna política pública en ningún país del mundo que pudiera igualarme a mí con Einstein o Mozart y por eso, si alguien quiere imponer la igualdad entre ellos y yo, deberá impedir que Einstein piense y Mozart componga.
También elegiremos entre quienes creen en la utopía de instalar el paraíso en la tierra, para lo cual es indiferente sacrificar a generaciones; y entre quienes sabemos que la naturaleza humana no es una carta blanca en la que se puedan imponer planes maestros y, por lo tanto, los cambios deben ser graduales y muchas veces basados en el ensayo y el error, sin arrogancia y con modestia intelectual. Unos creen que poseen la sabiduría y los conocimientos para planificar centralmente la economía, y decidir qué, cuánto y a qué precios se pueden producir qué bienes. Nosotros, los otros, sabemos de la ignorancia y promovemos el aprovechamiento de la infinidad de conocimientos dispersos en millones de individuos, que solo pueden ser utilizados a través de los mecanismos de mercados libres. Unos creen en la agudización de las contradicciones a través de la lucha de clases; otros, por el contrario, en la búsqueda de la conciliación armónica de los intereses en conflicto.
En suma, debemos elegir entre una democracia como la que conocemos y otra llamada “diferente”. La elección es más compleja porque, dentro de los partidos definidos como de derecha y que adhieren a la democracia liberal, no todos tienen claro que la democracia no depende solamente de instituciones, sino también de la cultura, de la retórica, del diálogo, de la búsqueda de consensos, de la tolerancia y de la capacidad de transar y encontrar acuerdos. En este contexto, tengo la convicción de que la única candidata que garantiza este escenario es Evelyn Matthei.