¿Cómo estaría Estados Unidos si Donald Trump no hubiera ganado las elecciones? No lo sabremos nunca. En su libro de memorias, “107 days”, que saldrá la próxima semana, Kamala Harris reconoce que fue una negligencia permitir que Joe Biden se lanzara a la reelección. En un adelanto publicado por The Atlantic, la exvicepresidenta cuenta que ella estaba “en la peor posición” posible para decirle que no lo hiciera: “él lo hubiera visto como cruda ambición, como una deslealtad venenosa”, incluso si le hubiera dicho “no deje que el otro tipo gane”. Esa “delicadeza” de Kamala y la tozudez del expresidente y de su entorno, impidieron que se realizara una primaria en el Partido Demócrata. Ahí tal vez hubiera emergido un mejor candidato que ella para frenarle el paso a Trump.
Pero eso no ocurrió, y ahí está Trump, cada día más empoderado, tomando medidas que afectan a EE.UU. y al mundo, y que sorprenden por lo audaces, inconsistentes, arbitrarias, a veces contradictorias, contraproducentes o que ponen a prueba los límites de la ley. Ni hablar de los aranceles que han causado un remezón global (y beneficiado al comercio exterior chino). O de sus intervenciones fallidas en la guerra de Ucrania, buscando aplacar a Vladimir Putin, que lo ha engañado con su falsa amistad, y en el conflicto de Gaza, que pudo ayudar a terminar presionando en serio a Israel. O del ataque desproporcionado a un bote en el Caribe. Tomemos su combate a la inmigración ilegal, con sus redadas matonescas contra indocumentados, deportaciones ilegales e incursiones en empresas como Hyundai (que ahuyentarán las anheladas inversiones extranjeras). Y después está la persecución a figuras molestas, como John Bolton, su exasesor de seguridad nacional, a quien el FBI allanó su casa para buscar supuestos documentos clasificados. O el acoso a figuras como el presidente de la Fed y el despido de una integrante de la junta de gobernadores, bloqueado por ahora por un tribunal. Otros funcionarios de menos renombre tuvieron menos suerte y debieron irse para la casa solo porque a Trump no le gustaron sus informes. Así salieron el jefe de la agencia de inteligencia de defensa, que concluyó que los ataques a Irán apenas retrasaron unos meses su desarrollo nuclear, y la comisionada de estadísticas laborales, por las bajas cifras de nuevos empleos.
¿Quién le pone atajo a un Presidente que usa su poder de una forma que ningún antecesor se atrevió, causando evidente daño a la democracia de EE.UU.? Trump ha fijado un rumbo que los republicanos moderados no se animan a torcer. Temen que la prepotencia de los MAGA los deje fuera de la competencia electoral. Los que osaron levantar la voz fueron acallados por las bravatas presidenciales o marginados en la irrelevancia. La oposición demócrata no solo está en minoría parlamentaria, sino que parece haber perdido la brújula, sin verdaderos líderes ni planes para devolverle a EE.UU. su prestigio. Trump ha caído en los sondeos, tiene más rechazo que aprobación, pero los demócratas están aún peor. Los mea culpa de Kamala no sirven de nada.