Durante largo tiempo se eludió la discusión pública sobre eutanasia, tanto que casi no se podía pronunciar esa palabra, y se ha dilatado luego en exceso el debate parlamentario a ese respecto. Ahora, que ya pasó en la Cámara de Diputados, hace cinco años, su primer trámite constitucional, se acaba de votar en general en la comisión de Salud del Senado. Así es como avanzamos siempre, a paso de tortuga, evitando el cambio, una y otra vez, en nombre de los manidos “problemas de la gente”, como si la eutanasia estuviera fuera de ellos.
Basta conocer la historia de Chile para advertir lo mucho que hemos postergado algunos importantes debates y decisiones públicas acerca de los así llamados temas “valóricos”, aquellos que suscitan apreciaciones morales discrepantes, o sea, casi todos. En una sociedad democrática y abierta es común que se tenga ese tipo de discrepancias y no deberíamos escandalizarnos por ello ni pedir que en razón de los desacuerdos se evite discutir y decidir sobre asuntos públicos de interés,
Retomo la palabra “eutanasia” para aludir a la decisión de anticipar la muerte natural que nos espera. Anticipar en realidad el momento de morir, teniendo razones importantes y disponiendo de información segura acerca de ellas, y que cada individuo delibera en conciencia, es decir, por sí mismo, sin que ese examen personal prescinda del diálogo privado con otros, especialmente familiares y amigos. Si bien toda deliberación moral es autónoma, muchas veces requerimos ampliar la conversación más allá de uno mismo.
El suicidio por la propia mano, el suicidio asistido y la muerte pedida voluntaria y lúcidamente a personal médico, son las alternativas que existen para anticipar la muerte. Cuando se trata de enfermedades graves, irrecuperables, acompañadas de agudo, permanente e insuperable sufrimiento y de una disminución avanzada e irreversible de las capacidades, se administran cuidados paliativos, pero estos no deberían ser utilizados como una moneda de cambio para proscribir absolutamente cualquiera de las ya mencionadas modalidades de muerte anticipada.
Se ha decantado una opinión pública ampliamente favorable a las prácticas que podemos llamar “eutanásicas”, y lo mismo ocurre entre los médicos. El parecer de estos últimos es relevante, pero sin caer en el error o en el abuso de considerar que se trata solo de un asunto médico que concierne al personal de salud.
Hay en esta materia puntos de vista morales que argüir —de moral personal, social, o religiosa—, pero, y atendido que hace ya siglos el derecho ha sido diferenciado de la moral, esta de la religión, y esta a su vez del derecho, lo digno es que en materias de orden moral prevalezca la moral personal, autónoma, sin excluir el diálogo con los cercanos. Tenemos conciencia del morir, mas no de la muerte, puesto que morir es algo y la muerte nada. Como decían los clásicos, si uno está, la muerte no está; y si la muerte está, es uno el que no está.
Hemos perdido la cuenta de los importantes asuntos morales que han sido discutidos largamente en nuestro país, partiendo por las viejas leyes de matrimonio civil, cementerios laicos y registro civil. Añada usted divorcio, unión civil, derechos de hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio, abolición de pena de muerte, anticonceptivos, píldora del día después, aborto en tres causales, y siempre ha ocurrido que los sectores conservadores pongan el grito en el cielo y anuncien las más densas y perdurables tinieblas morales que nos impedirían distinguir el bien del mal.
Si los diputados aprobaron y enviaron este proyecto al Senado hace cinco años, ¿cuánto tiempo se tomarán ahora los senadores?