El oficialismo da por perdida la elección. No hay nadie a estas alturas que crea que Jeannette Jara pueda ser electa presidenta.
La popularidad del Gobierno es demasiado baja para proyectarlo, y el país súbitamente cambió de piel. Hoy apela al orden y al crecimiento. Melodías en las que se nota demasiado la impostación en la izquierda. No son sus temas, definitivamente.
Para peor, el factor comunista está jugando —como era esperable— un rol relevante. No existe una democracia comunista. Nunca ha existido. Y la gente lo percibe.
Así las cosas, la apuesta es cómo salvar los muebles en las parlamentarias, lo que no es otra cosa que al menos sacar 3/7 que impidan reformas constitucionales por parte de la derecha. O de las múltiples derechas.
La derecha, mientras tanto, está confiada en que esta vez se le darán las cosas, sin saber que una semana en política es demasiado tiempo, y que —en caso de ocurrir lo pronosticado— no será fácil alinear desde Marlen Olivari al “peineta” Garcés.
En cualquier caso, el Gobierno y la coalición gobernante (que terminará el mandato como la única coalición en la historia de Chile que no tiene nombre) han pasado a la ofensiva. Dos episodios de esta semana así lo muestran: El episodio voto voluntario y el episodio bots.
Primero, el voto voluntario…
Discutir la voluntariedad o no del voto es completamente legítimo. Algunos resaltan que es un “derecho”; otros, que es un “deber”. Lo visto en estos días, sin embargo, es grotesco. Propio del inicio de la temporada de circos.
“No me quita el sueño el voto obligatorio”, dijo el senador Huenchumilla. Era que no. La izquierda y el oficialismo se aferran a la última opción de que vote poca gente.
Durante años, el discurso de la izquierda fue que en Vitacura votaba el 80% del padrón y en La Pintana, el 30%. La conclusión era obvia: si en La Pintana se completa ese 80%, los votos serían igual que los que ya habían votado. Precisamente, por eso, la derecha no quería voto obligatorio y la izquierda sí.
Pero la paradoja fue que —desde el Rechazo en adelante— se mostró que los que no votaban, si eran obligados, votaban (por ahora al menos) por la derecha. Así fue el 2022, el 2023 y el 2024.
Entonces, donde dije “obligatorio” ahora digo “voluntario”. Esa ha sido la consigna, donde el Gobierno —mañosamente— ha dicho una cosa, pero ha articulado otra.
La discusión es legítima. Lo que no lo es, es que se esté legislando dos meses antes de las elecciones, desdiciéndose de lo dicho por décadas y por medio de la trampa. Porque un voto obligatorio sin sanción es simplemente un timo.
El segundo episodio son los bots de Kast.
Que un grupo de encapuchados se dedique a mentir, a exagerar o a desinformar no es nada nuevo. X está lleno de aquello. De derechas y de izquierdas. Que un director de Canal 13 sea desenmascarado diciendo falsedades o insultos es insostenible para ese canal, pero no es nuevo para el país.
El propio Presidente ha retuiteado cuentas encapuchadas claramente tendenciosas. Y hasta un destacado economista de izquierda tenía una chapa para criticar el manejo de la pandemia y atacar a columnistas.
El fenómeno bots es otro. Requiere tecnología, robots (bot viene de robot) e inteligencia artificial. Lo denunciado no es más que un conjunto de fanáticos a cara cubierta, como hay tantos en tantas partes.
Lo único coordinado ha sido la acción del Gobierno, dándole a aquello un cariz de que la democracia está en peligro.
Es legítimo preguntarse por los alcances de la desinformación de las redes sociales en la democracia. Es absurdo montar una operación cuando son meras pistolas de agua extendidas en todas partes.
Como todo lo que pasa en Chile, a la vuelta del 18 comenzará la cosa en serio. Lamentablemente, parece ser que el barro dominará en la discusión. Y en pos de salvar los muebles, pueden venir —parafraseando al diputado Aedo— muchas cositas…