“El estado de bienestar, tal como lo tenemos hoy, ya no es financieramente viable con lo que somos capaces de producir desde el punto de vista de la economía nacional”, declaró recién el canciller de Alemania, Friedrich Merz. Y los datos le dan la razón, pues, entre otros, el sistema de pensiones de ese país se encuentra, en palabras de la ministra de economía, Katherina Reiche, “al borde del colapso”.
Como sabemos, la idea de un estado de bienestar fue inventada por los alemanes, particularmente, el canciller Otto von Bismarck, como una forma de hacer dependientes a los ciudadanos del poder político. Bismarck definió su sistema benefactor como “socialismo de Estado”, agregando que los alemanes debían acostumbrarse a más socialismo. El mismo Bismarck declaró que “cualquiera que tenga una pensión —del Estado— se encuentra más satisfecho y es más fácil de manejar que quien no tiene esa expectativa. Mire la diferencia entre un empleado privado y uno en la Cancillería o la Corte; el último aceptará mucho más porque tiene una pensión que recibir”.
Desde su origen, entonces, el estado benefactor se presentó como una forma de limitar la libertad de las personas a las que, a cambio de seguridad económica, se les exigía subordinación. Esta estrategia de poder, aplicada luego rigurosamente por Hitler, se convertiría en un parásito mental que infectaría a todo occidente sin encontrar excepción en partidos políticos de derecha a izquierda. Y es que la promesa de vivir a expensa de otros resultó irresistible para el electorado engatusado por políticos y debidamente adoctrinado por los intelectuales cortesanos de siempre.
Que sea Alemania, el país que inventó este fraude, uno de los primeros en reconocer oficialmente que no es sostenible en su forma actual, resulta decidor. Esto especialmente si se toma en cuenta la decadencia alarmante de ese país en términos económicos, industriales y sociales. Baste considerar que una sola empresa americana como Nvidia tiene una capitalización bursátil (4,3 billones de dólares) que supera a todas las empresas alemanas juntas que se transan en el DAX (3,4 billones de dólares).
Pero la decadencia se refleja también en el hecho de que, en los últimos años, la producción industrial alemana ha caído sistemáticamente siendo hoy un 90% de lo que era en 2015. En el mismo período, la producción industrial de Polonia creció 152%. Además, la economía ha experimentado contracción económica por dos años consecutivos sumando un crecimiento acumulado desde 2017 de 1,6%, el que palidece incluso con el mediocre desempeño de la eurozona de 9,5%, menos de la mitad de EE.UU.
Muchas empresas han abandonado el país debido a su excesiva burocracia y costos de energía exorbitantes producto de la política energética de Merkel y compañía, la más destructiva jamás hecha por nación alguna. Altas tasas de impuestos personales y subsidios para no trabajar —5,4 millones de personas viven de ellos— hacen que sea también más difícil para las empresas conseguir empleados. En una encuesta realizada por la Cámara Alemana de Comercio e Industria a 23.000 empresas, el 43% de las compañías declaró que no podía cubrir los puestos vacantes. La cifra fue de un 58% en el caso de las empresas con más de 1.000 empleados.
Los programas de reinserción laboral del Estado alemán han sido otro problema, pues el dinero destinado a capacitación y educación de personas se va hasta en un 70% en gastos administrativos de la burocracia. Pero, como hemos dicho, trabajar no se justifica tampoco para millones de personas, pues el Estado, es decir, los políticos gastando dinero ajeno, le da actualmente 563 euros al mes a un adulto soltero que no trabaja, además de seguro de salud y de dependencia, así como el alquiler y la calefacción. Cualquier trabajo, incluso a tiempo parcial, conduce a la pérdida de los beneficios y, como para millones, es casi imposible conseguir rentas superiores a lo que ofrecen los políticos por no hacer nada, es mejor quedarse en casa.
Así las cosas, Alemania requiere de un cambio profundo para salir de su decadencia actual. Y Merz dice querer hacerlo. El problema es que, como no siguió la voluntad popular de los alemanes, que querían una coalición de centroderecha, Merz se asoció con la izquierda del SPD, para la cual el Estado benefactor es una religión. Esto significa que será muy difícil o imposible para la CDU sacar adelante reformas sustanciales que habría aprobado la AFD. Como consecuencia, es muy probable que Alemania se siga hundiendo en la decadencia, mientras sus empresas, gente más capacitada y capital buscan otros destinos más atractivos.
De hecho, no es del todo descartable pensar que estamos ante un escenario de declive definitivo que llevará a Alemania a una mediocridad irremediable y permanente o a algo peor. Como ha dicho el profesor Lars Feld, uno de los economistas más reconocidos en ese país, la situación económica alemana es parecida a la de los últimos momentos del Titanic: mientras el buque se hunde, se sigue bailando y cantando sin que nadie haga nada.
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