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Editorial
Jueves 14 de agosto de 2025
Trump-Putin en Alaska
La distancia entre las posiciones de las partes en conflicto en Ucrania es abismal y va más allá del intercambio de territorios.
La cumbre entre los presidentes Trump y Putin, líderes de los dos mayores poderes bélicos del mundo, en medio de formidables tensiones internacionales, debería servir para descomprimir las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos y, a la vez, podría permitir avanzar hacia la paz en Ucrania.
Es el primer encuentro entre mandatarios de Estados Unidos y Rusia desde la invasión a Ucrania, en 2022, y el primero entre Putin y Trump desde aquel celebrado en Osaka en 2019, con ocasión de la reunión del G20.
Ha sorprendido el que la cita sea en Alaska y no en un territorio neutral. El lugar finalmente convenido fue, en realidad, una transacción, luego de que Emiratos Árabes fuera desestimado por Trump y Roma por Putin.
El objetivo de la entrevista es la paz en Ucrania, que Trump en su campaña aseguró lograría en 24 horas. Han transcurrido, sin embargo, siete meses desde que asumiera su segundo período y la guerra permanece, con decenas de miles de muertos.
Conocidas son las exigencias rusas para acordar la paz. La primera y más gravosa para los ucranianos es la cesión territorial de las provincias orientales que han sido en gran parte ocupadas. A ello se agrega un compromiso de no ingreso de Ucrania a la OTAN. Ambas condiciones son inaceptables, tanto para el Presidente Zelenski, excluido de la cita, como para la Unión Europea, que además demandan la restitución de la soberanía de Crimea, anexada en 2014. El encuentro en Alaska debería lograr algunos acuerdos, facilitados por la reunión preparatoria entre el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, y el ministro de Relaciones ruso, Sergei Lavrov. Sin embargo, la distancia entre las posiciones de las partes en conflicto es abismal y va más allá del intercambio de territorios. Las diferencias incluyen delicados aspectos de soberanía y garantías para el futuro de la independencia y democracia ucranianas, así como para la seguridad europea.
Se teme por algunos la repetición del poder manipulador de Putin, ejercido sobre cinco presidentes norteamericanos, coincidentes con sus más de 25 años en el poder, durante cinco presidencias y un período como primer ministro. A lo anterior se suma el irredentismo, el propósito de restablecer la zona rusa de influencia perdida por el colapso de la Unión Soviética. Antes Putin cumplió parte de su cometido con la anexión de Crimea, la cual justificó denunciando que, después de la revolución comunista, los bolcheviques habían entregado gran parte del histórico Sur de Rusia en favor de la República de Ucrania. Muchos sostienen que lo que alentó la invasión, iniciada en 2022, fue precisamente la débil reacción de Barack Obama y de los gobiernos de la OTAN frente a la anexión de aquella península, en 2014. A lo anterior se suma el impetuoso ánimo de Trump de presentarse como pacificador, que pudiera llevarlo a forzar a Zelenski a ceder territorios, con enormes daños a la soberanía ucraniana y sin garantías de una paz duradera, creando además un funesto precedente para la seguridad de Europa y de los vecinos de Rusia. Justamente ayer, en una videoconferencia con Trump, los líderes europeos y Zelenski le insistieron en que cualquier asunto territorial solo podría ser negociado por la propia Ucrania, punto que habría ratificado el mandatario estadounidense. Este, además, aseguró que habrá “muy severas consecuencias” si Moscú no acuerda parar la guerra.
Sin duda, la complejidad de la situación amerita convenir, a lo menos, un cese del fuego y el inicio de un proceso de paz.