A principios de la semana pasada, de pronto, sin previo aviso, a eso del mediodía, me atrapó una súbita ansiedad, una inquietud muy profunda, inesperada, dolorosa y, en apariencia, inmotivada. Por mucho que le daba vueltas no encontraba alguna razón que justificara ese verdadero aguijón que abrazaba todo mi ser. Había preocupaciones por cierto, algunas muy grandes, pero aunque me aproximara a ellas, las abordara y las mitigara de algún modo, aquella terrible inquietud permanecía inamovible. A un célebre siquiatra chileno le oí la distinción entre la inquietud por “algo”, que era una ansiedad, de, en cambio, la inquietud por “nada”, que era la angustia. Es la nada la que nos anonada.
Movido por esa extraña y profunda aflicción, a contrapelo de mi sedentarismo, tomé un abrigo, un maletín con cuatro libros y un bolsito con mis fármacos, subí a mi auto y comencé a manejar hacia el sur sin un destino determinado. Era como si fuera mi lugar cotidiano la fuente maldita de la cual había que huir. Manejé 8 horas y media desde que salí de Maule. Ya muy entrada la noche, el cansancio me cobró la cuenta y, entonces, me detuve finalmente a dormir en el primer pueblo más cercano. En el hostal, me acordé, mientras el sueño ya me vencía, de la frase que se atribuye a Pascal, una falsa cita que en mi memoria decía que, al revés de lo que yo había hecho, la felicidad radica en la capacidad de permanecer quieto y en reposo dentro de la propia habitación.
La mañana siguiente me recibió un día soleado, luminoso, sereno. El aire era muy puro y fresco. Ya en la orilla del lago la vista me dejó embelesado: el agua estaba tranquila y la luz del sol hacía brillar un azul maravilloso. En el centro, un volcán puntiagudo, cubierto de nieve, dominaba la escena.
Fue entonces que sentí cómo un nudo asfixiante se desataba dentro de mí y la angustia que me perseguía se disolvía en el aire matinal.
Me pregunté qué tiene la belleza de salvífico y curativo. Me vino en mente la bella palabra inefable y, hojeando uno de los libros que llevaba en el bolso, al azar, encontré esta cita de Pascal (verdadera) que se las dejo de regalo:
“¿Qué hará, pues, sino barruntar alguna apariencia en medio de las cosas, en una eterna desesperación por no conocer ni su principio ni su fin? Todas las cosas han salido de la nada y van llevadas hasta el infinito. ¿Quién podrá seguir estas sorprendentes andanzas? El autor de estas maravillas las comprende. Ningún otro puede hacerlo”.