—Mis parabienes, doña Gabriela. Me presento, soy la estatua de Manuel Baquedano. Bienvenida a esta plaza donde tanto se sufre.
—Don Manuel, ¿el héroe militar? Estamos en orillas opuestas. Usted en la guerra, yo en la paz. He sido pacifista toda la vida.
—Ojalá encuentre paz y sosiego. No sé si vino al lugar indicado.
—Aseguraron que situarían mi monumento en un “punto de encuentro y expresión ciudadana”.
—Expresión ciudadana… es una forma de describirlo.
—¿Cómo llaman a este lugar?
— Ni le cuento los nombres que ha tenido. Ahora hablan del “nudo Baquedano” y del “Nuevo eje Alameda-Providencia”. No me parece muy poético, pero usted es la experta.
—¿Quiénes viven aquí?
—Somos varios ciudadanos de bronce. Está el Presidente Balmaceda y Manuel Rodríguez. También el ángel italiano con su león, muy simpáticos. Y el jovencito soldado desconocido, que lo ha pasado mal.
—Siento lo ocurrido. En mis tiempos usted era una figura apreciada.
—Me trataron hasta de genocida. Decían obscenidades que no le repetiré a una dama distinguida. Ni le digo lo que sufrió mi caballo “Diamante”.
—Pobrecito animal de bronce.
—Una noche le cortaron con esmeril sus patas, a vista y paciencia de todos. Yo pensaba en Virginio, que me esculpió. Estuve a punto de convertirme en añicos.
—Un prócer no se quiebra.
—Casi. Al final aparecieron unos expertos en patrimonio. Me sacaron de la plaza Dignidad, pues así le decían, y estuve con licencia en el Museo Militar. Pero soy soldado de mil batallas, debía volver.
—¿Al campo de batalla?
— Si lo quiere llamar así.
—¿Y los vecinos?
—Con el soldado desconocido sacamos la peor parte, pero todos sufrieron: rayados, afrentas, comentarios de que no teníamos sentido. Y mire usted, al poco tiempo quisieron levantar un nuevo monumento.
—Hay un aire denso aquí, que ensucia hasta el alma. Añoro los cielos limpios de mi valle.
—Uno se acostumbra a todo. Tampoco es agradable cuando pierde Colo Colo. Y durante los incendios el aire era irrespirable. Pero miremos hacia adelante. ¿Cuántas propuestas llegaron para su monumento?
—Solo diez. Fue todo tan veloz como el vuelo de un cometa. Un mes y una semana para presentar las propuestas. Quince días para escoger la mejor idea, luego concretarla. No fui amiga de los monumentos y esto fue tan a mata caballo. Por eso ando aporreada.
—Antes era bien andariega.
—Fui criatura vagabunda.
—Deberá quedarse aquí, quieta y desvalida.
—Confío en mi popularidad. Antes me tenían por vieja aburrida que escribía poemas infantiles. Ahora eclipso hasta el pisco.
—Carpe diem, diría Horacio. Viera el fervor por mí, en 1928. Más de cien mil chilenos aportaron para mi escultura. Cambian los vientos, querida Gabriela. ¿La puedo llamar así?
—Por supuesto, Manuel. Somos vecinos y amigos.