Si el 11 de marzo de 1990 —cuando Chile salía de la dictadura con un Presidente de la República democratacristiano, 38 diputados, 13 senadores y 1,8 millones de votos— alguien hubiera planteado que en el futuro no existiría la Democracia Cristiana, lo habrían tenido por un loco.
Pues bien, ese momento llegó.
La DC está con muerte cerebral y está próxima a recibir su certificado de defunción.
Paradójicamente, la fase terminal se inició cuando el partido aceptó ser parte de la misma coalición que el Partido Comunista en la Nueva Mayoría. Y puede terminar hoy con el apoyo explícito o implícito a la candidata comunista Jeannette Jara.
“Se vienen cositas” dijo el diputado DC Aedo, para vender todo por un plato de lentejas con tal de mantener su cupo parlamentario. En estos años han existido demasiadas “cositas”…
¿Es el PC el culpable del fin de la DC?
No. Es el propio partido, al haberse aferrado a posiciones de izquierda cuando su electorado fue siempre de centro.
Pero el PC es, sin duda, el perpetrador de esa muerte.
En 2013 —bajo la conducción de Ignacio Walker (el mismo que ahora comparó a Jara con Aguirre Cerda)— la DC firmó su sentencia de muerte. Sin haberla leído, como reconoció posteriormente, el partido firmó su alianza con quien nunca debiera haberse juntado. Y es a partir de ahí que el 15% de votación que venía sosteniendo, inició el desplome.
Siempre se supo que ambas doctrinas eran incompatibles. Pero claudicaron “por cositas”.
Mal que mal, unos leen a Marx y los otros (al menos leían) a Maritain. Unos explican la historia con el “materialismo dialéctico”, los otros con la “Divina Providencia”. Unos creen en el Manifiesto Comunista, los otros creen en la Doctrina Social de la Iglesia. Unos han legitimado la vía armada, los otros han propiciado siempre la paz. Unos justifican tiranías, los otros llevan a la democracia en su nombre.
Nunca fueron compatibles.
Así, aceleradamente fueron perdiendo los valores tradicionales del partido y se mimetizaron con posiciones cada vez más extremas. En el estallido social fue una verdadera bacanal: sus parlamentarios se hicieron prácticamente indistinguibles de la izquierda más radical y se sumaron al apedreamiento de los “30 años” (pese a haber sido los protagonistas de los años más exitosos de la historia de Chile).
La alianza con el PC significó que muchos históricos se hayan retirado del partido y que casi todo su electorado migrara (gran parte a la derecha). Los que hoy siguen adentro o tienen demasiados años para cambiar las cosas o demasiado poco pudor para aferrarse a un salvavidas de plomo, con tal de intentar salvar alguna cosita.
La decisión que hoy tome la junta no va a cambiar nada el futuro de un partido agónico. El futuro es inexorable. Lo único que puede cambiar es escoger si quieren que los libros de historia recojan una muerte digna o una muerte indigna.
La flecha no se debió juntar nunca con la hoz y el martillo. Ni en 2013 ni hoy.
Tal vez la esperanza para un partido cristiano es que después de la muerte vendrá la resurrección.
Pero eso es bastante discutible.