Nadie imaginaba hasta hace dos semanas que la candidata presidencial del Partido Comunista encabezaría hoy todas las encuestas que miden la primera vuelta.
Todo parecía ir bastante bien, no solo para un sector político, sino eminentemente para Chile.
Durante un breve espacio, algunos descansaron ante la posibilidad de una segunda vuelta entre dos cartas de derecha. O, en el peor de los casos, entre Evelyn Matthei y Carolina Tohá.
Era difícil que la exministra del Interior ganara la elección (no imposible, por cierto). Representaba a un gobierno con déficits severos y había sido la autoridad a cargo de la seguridad, la mayor preocupación que cruza hoy todos los segmentos sociales. Pero la dupla sintetizaba el cierre de una etapa política sombría. Auguraba, al menos, un entendimiento más o menos razonable entre la próxima oposición y el gobierno.
Se planteaba, además, que un eventual triunfo de Jeannette Jara en la primaria desataría al menos dos hechos políticos.
El llamado Socialismo Democrático daría un apoyo más bien tibio a la candidata oficialista. Y la izquierda iría en más de una lista parlamentaria.
Después de todo, entregar la hegemonía de la izquierda al PC no sale gratis, y ya venían pagando costos electorales y pérdida de influencia.
El panorama ahora es el siguiente. Primero, la exministra del Trabajo se ha sacudido su militancia PC ante los ojos de un potencial electorado. Envuelta en lo que sería una futura coalición de “fuerzas progresistas”, lo de comunista vendría siendo un dato biográfico más, entre otros que se ha encargado de potenciar.
Segundo, el oficialismo en pleno la ha abrazado con entusiasmo desde la misma noche del 29 de junio, sin mucho pataleo y, por lo que se escucha, tampoco condiciones. No hemos oído sobre garantías democráticas y de apego al Estado de Derecho, partiendo por la Constitución, ni nada que se le parezca.
Tan avasallador parece su triunfo en una primaria en la que votó menos del 10% del padrón electoral, que pocos se han animado a recordarle que fue la ministra del Trabajo que ha dejado el peor saldo en empleo en al menos una década (saltémonos la pandemia, una excusa que no resiste comparación).
Curiosamente, son economistas emblemáticos de la centroizquierda, y no sus partidos, quienes están marcando, unos con más franqueza que otros, la inconveniente agenda económica de la carta PC. Y se corren de integrarse a su comando, con excusas institucionales.
Nicolás Eyzaguirre ha dicho que está dedicado a la academia.
Guillermo Larraín se manifestó ayer “orgulloso de las políticas económicas de la Concertación” y con “diferencias sustantivas” con la agenda económica de Jara. Alejandro Micco ha decidido resueltamente que no votará por ella.
El tercer elemento en el nuevo panorama: el oficialismo trabaja para inscribir una lista parlamentaria de unidad.
Con ese escenario, sorprende ver a las derechas enfrascadas en sus íntimas diferencias, y a algunos de sus partidos disputándose la hegemonía en dos o incluso tres listas en la competencia para el Congreso. Al frente, la candidata presidencial de la izquierda, y de las preferencias y el oficialismo, muestra unidad.
Si hasta ahora ninguna encuesta deja a Jara siquiera cerca de ganar en segunda vuelta, cuatro meses son una eternidad en una campaña presidencial. Ni su militancia comunista, ni su papel como continuadora de un mal gobierno parecen ser hasta ahora razones suficientes como para que la oposición esté entretenida en sí misma.
Hay otro clima: la opción elegida en esa primaria dejó de ser un saludo a la bandera. Y ya lo sabemos: con el Partido Comunista no se juega.