El carisma es un componente de irracionalidad en la política, pero es poderoso porque consiste en una suerte de enamoramiento del electorado por el candidato y, como aquel, este en una provisoria insensatez. Son los seguidores quienes conceden, la mayoría de las veces sin estar conscientes de ello, sus atributos extraordinarios a su líder. Todo carisma es populista.
No se trata el carisma de la simple suma de los atributos positivos del candidato. El carisma es un don de simpatía que irradia una fascinación misteriosa por lo incomprensible y escurridiza. El carisma fue definido por Weber, que lo introdujo en las ciencias sociales, de la siguiente manera: “El carisma es una cierta cualidad de una personalidad individual en virtud de la cual se le distingue de los hombres comunes y se le trata como si estuviera dotado de poderes o cualidades sobrenaturales, sobrehumanos o al menos específicamente excepcionales. Estos como tales no son accesibles para la persona común, pero se consideran de origen divino o ejemplares, y sobre la base de ellos, el individuo en cuestión es tratado como un líder”.
Al contrario del carisma, el elemento más racional precipita en los burócratas de la política, esos sujetos algo aburridos, unos funcionarios que han ascendido por las distintas jerarquías del partido. En las contiendas electorales, a su vez, es el programa de gobierno el que resume la racionalidad e institucionalidad, pero los votantes dudosamente lo conocen y escasamente votan en atención a él. Un alto grado de carisma debilita una política basada en la idea de que el elector elige a aquel candidato cuya propuesta coincide con sus ideas y principios. También debilita la institucionalidad política, en particular, la formación de aquellos cuadros partidarios que seleccionan candidatos según criterios de burocracia interna.
El carisma, a su turno, va acompañado de un anticarisma. Lo que para algunos es una simpatía, para otros es una antipatía irresistible, la cual, a su vez, resta equidad y distancia a su evaluación del líder carismático. La irrupción del carisma convierte a la política en un mero conflicto de subjetividades enigmáticas e irreductibles al diálogo.
Una coalición política que se percibe a sí misma como perdedora en una futura y decisiva elección, se aferra al líder carismático como un náufrago a un madero.
El carisma no excluye el talento. Hay políticos brillantes y poco carismáticos, y también los hay que reúnen ambos atributos. Con todo, en el carisma lo esencial es la fascinación con que aquel talento se manifiesta.
Es difícil intentar con éxito vencer a un líder carismático. Cuando emerge es una erupción. Los cálculos cuentan poco.