Finalmente llegó el día. Sin mucho interés, pero con algo de adrenalina, mañana se contarán los votos. Pocos piensan que de ahí saldrá el nuevo presidente (o más bien, la nueva presidenta).
El país se ha movido a la derecha; las demandas de orden, la resaca del estallido social, el fantasma del mamarracho constitucional y la baja popularidad del Gobierno hacen altamente improbable que el oficialismo mantenga la piocha de O'Higgins (aunque sea una obviedad decirlo que, en la política como en el fútbol, nunca los partidos están 100% ganados).
Si no está en juego el futuro mandatario, ¿no hay nada en juego?
La respuesta es no.
Taxativamente.
Lo primero es ver cuánta gente va a votar. Más cerca de los 3 millones sería alentador para el sector. Más cerca del millón sería un nuevo golpe de realidad para el Gobierno (como lo fue el plebiscito del 4 de septiembre o la derrota municipal).
Mientras tanto, habrá que ver cuántos —calculadora en mano— están dispuestos a meterse en la casa del vecino. Algunos como Longueira para ir a parar al comunismo desde el inicio; otros para propiciar que sea el comunismo quien se enfrente a la derecha, por la nula posibilidad que tienen de lograr el 50%+1.
Pero lo que está realmente en juego es lo que viene para la izquierda en los próximos 10 años. Y para dimensionarlo hay que ver, primero, qué ha representado cada uno en estas primarias.
Winter ha representado el corazón del Frente Amplio. Una mezcla de utopía, infantilismo e irresponsabilidad. Ha mostrado que la supuesta maduración del Presidente no ha llegado a sus correligionarios y, a ratos, parece que el tiempo ha vuelto atrás, al 2019.
Tohá ha representado el espíritu de la Concertación. Ha sido clara, enfática y, a ratos, dura para dejar en claro que no tiene nada que ver con los muchachos del Frente Amplio. Ha sido capaz de decir la frase más fuerte de la contienda: que no le gustaría que el PC gobernara el país.
Mulet no ha representado nada. Como don Francisco, habría que preguntarle quién lo mandó a concursar.
El punto de fondo es Jara. El supuesto fenómeno de esta elección. Quien aparentemente llega con ventaja a la contienda. Su discurso ha sido imposible de asimilar al Partido Comunista. ¡Cuán distinto al del rabioso Jadue de 2021! Pero la pregunta de fondo es si ello es genuino, o no es más que una estrategia para cambiar la hoz y el martillo por un beso y una flor. Las supuestas “dos almas” del PC podrían ser simplemente una fórmula coordinada para jugar al bueno y el malo.
Lo que está realmente en juego es el futuro de la izquierda de los próximos años.
Si gana Tohá, es la vuelta al clivaje del centro y es la recuperación de la hegemonía tradicional. Se parecería un poco a cuando el PSOE logró recuperar en España el protagonismo frente al auge de Podemos. Significaría volver a una posición secundaria a quienes surgieron de la crítica a los 30 años y sus espíritus refundacionales.
Si gana Jara, sería un golpe casi letal a la izquierda moderada. Se trataría de una situación inédita mundial: un candidato comunista con posibilidades de ser presidente y no en la marginalidad de una propuesta museográfica.
Algunos dicen que Jara no es comunista comunista. Ello es casi imposible. Militar en el comunismo supone adscribir a un ideario que no admite matices. Otros dicen que el PC chileno nunca ha causado los males que el comunismo ha hecho al mundo. Pero aceptar ese argumento supondría aceptar que un nuevo partido nazi sería inocuo por no haber matado a nadie. Lo criticable, en ambos casos, es un ideario que no se condice con la democracia ni las libertades individuales (así lo entendió el Parlamento Europeo que, por una amplísima mayoría, en 2019 condenó ambas ideologías).
Mañana se contarán los votos. Las relaciones han quedado claramente dañadas. La convivencia futura será difícil. Más aún si la expectativa es perder.
Y mañana también será importante saber si los chilenos —como dice Serrat— se han enterado de que Carlos Marx está muerto y enterrado.