Quien quiera formarse juicio de la situación política nacional en su conjunto o de alguno de los numerosos sectores en que está dividida emprende un esfuerzo tan tedioso como inútil. Ha ocurrido desde hace años que los que pueden acceder a los medios de comunicación para tratar estos temas los han transformado en tribunas pugilísticas. Las discusiones dialécticas sobre asuntos de interés público son ahora intercambio odioso de supuestas conductas impropias que incluyen aspectos que antes se consideraban intimidades personales o familiares.

Estas situaciones han motivado la desaparición de los temas de interés aptos para formar juicio de doctrinas e idearios de las colectividades que las tenían o de los líderes que las encarnaban. De esa manera, algunos ciudadanos se sumaban a las filas partidarias y otros, la mayoría, se mantenían independientes, en uno y otro caso razonablemente informados para administrar con el sufragio la cuota de soberanía que les pertenecía de “este bello país con vista al mar”.

En la actualidad es imposible, con la vorágine de asuntos en conflicto y de protagonistas de ellos, asumir ese juicio. El lector, auditor o espectador solo recibe discrepancias, incluso entre militantes de iguales signos. Luego de leerlos, escucharlos o mirarlos, solo le cabe concluir, en actitud socrática, que “solo sé que nada sé ” y empezar a pensar cómo podrá escabullirse de votar en las próximas elecciones.