No es fácil lo que hizo Pablo Milad y su directorio en la ANFP. En su primer mandato interrumpió un proceso que avanzaba con Reinaldo Rueda y nos quedamos fuera de Qatar 2022. La razón para sacar al colombiano fue que lo heredó de la gestión de Arturo Salah y Sebastián Moreno.
En su segundo periodo, quienes lo levantaron y reeligieron tienen una responsabilidad mayúscula, porque tenían plena conciencia de su ineptitud profesional; contrató a Eduardo Berizzo. La tarea del exayudante de Marcelo Bielsa era reconstruir una selección que envejeció, en la que quienes aparecieron tuvieron que cuadrarse detrás de un grupo de líderes que persiguieron sus récords y pensaron que eran eternos.
En el medio, la figura de Francis Cagigao, un personaje que encantó a Milad a partir de un verso prodigioso. El exscouting del Arsenal no dejó nada, pero sí se llevó una fortuna. Berizzo, contra el tiempo, empezó a forjar un equipo que precisaba respaldo dirigencial. Pero eso jamás existió. Hubo tibieza para sostener un trabajo que desarrollaba a los futbolistas jóvenes. Se requería paciencia y convicción para recuperar años perdidos.
Era mucho pedir. Por supuesto que se escuchó el aplausómetro, el facilismo del fútbol sin rivales, que inunda las redes sociales, y la opinión de gente que no pisa nuestras canchas y mucho menos conocía a Felipe Loyola cuando debutó en Venezuela.
Con cinco puntos, los mismos que tenía Paraguay, Berizzo no resistió la presión ambiente. Renunció y cobró hasta el día del 0-0 con los guaraníes en el Monumental. A la Roja no le habían convertido goles en Santiago, le costaba en la definición, pero se potenciaban futbolistas. Los mismos que ahora cerrarán la eliminatoria.
En esos días, recuerdo haberme encontrado con Jorge Socías, mundialista de Alemania 1974 y bicampeón como entrenador en Universidad de Chile (1994-95). El “Lulo” no entendía el clima en contra del seleccionador. A su juicio se avanzaba en la línea correcta, había evidentes mejorías y le llamaba la atención la nominación y evolución de jugadores jóvenes que no estaban en el radar periodístico ni de los hinchas.
Sabemos lo que vino después. Asumió Ricardo Gareca, el DT de la unanimidad. El “Flaco” se enredó en la Copa América y nunca enderezó la nave. Milad y sus colaboradores comenzaron a dejarlo solo con la esperanza de que renunciara y no pagar el contrato. Eso no pasó. Por el contrario, asistimos a papelones comunicacionales como la rueda de prensa posterior al 0-0 con Ecuador o la de la derrota con Argentina el martes pasado.
A la hora de fijar posiciones, estoy en la minoría que estima que Gareca tiene que llegar hasta los partidos de septiembre. Sacarlo luego del duelo con Bolivia acrecentaría la crisis. En otro momento los técnicos de la Sub-20 y Sub 17 podían agarrar el fierro caliente contra Brasil y Uruguay. Las obligaciones de sus categorías impiden que esto ocurra. ¿Contratar un DT por dos partidos? Sería otro chascarro.
Si existe un mínimo de sentido común y dignidad intelectual, Milad y su directorio, luego del Mundial Sub-20, deben llamar a elecciones. Es la hora de la reconstrucción, con la guía del plan Matrix, que el Consejo de Presidentes aprobó y hoy duerme el sueño de los justos en algún escritorio de Quilín.