No hay duda de que las universidades estadounidenses han incurrido en excesos de corrección política. Pero a la vez ha habido sanas reacciones. La ley del péndulo funciona. Los jóvenes que se gradúan últimamente tienen —por lo menos los que yo conozco— la visión compleja y abierta del mundo que uno le pide a una buena universidad. No parecen venir de una “madrasa woke”, descripción de Harvard que hacen algunos para justificar las violentas arremetidas del gobierno de Trump.
Ese gobierno le ha cortado aportes estatales a Harvard aun cuando son para financiar investigaciones para el Estado. Han amenazado con derogar su estatus de fundación sin fines de lucro. También con revocar las visas de sus estudiantes extranjeros. ¿Con qué argumentos? Que Harvard es un antro de la izquierda, que es antisemita, que aplasta la libertad de expresión, y que, al matricular a tantos extranjeros, discrimina contra los nacionales. Este último argumento, típico ejemplo del proteccionismo MAGA/peronista, es fascinantemente contradictorio. ¿Por qué querrán proteger la entrada de connacionales a un antro de izquierda y de antisemitismo?
En su reciente ensayo “Síndrome de trastorno Harvard”, Steven Pinker, el gran psicólogo judío que lleva 22 años como profesor en la universidad, afirma que sí hay antisemitas en Harvard, pero que la universidad misma no lo es. En cuanto a su supuesto izquierdismo antimercado, Pinker ironiza que, si existe, fracasa, ya que “los cursos más populares son de economía e ingeniería computacional, y la mitad de los graduados sale a trabajar en finanzas, consultoría o tecnología”.
¿Cuál será, entonces, la verdadera causa del odio oficial a Harvard y otras universidades?
Desde ya, antielitismo y xenofobia, para complacer a esa barra fiel a Trump que no fue a la universidad y que no ha salido del país. Enseguida, la conveniencia política, a la Carl Schmitt, de contar con un enemigo que una. Pero hay algo más oscuro. Lo describe el historiador Simon Schama en su reciente ensayo “La guerra de Trump contra el conocimiento”.
Schama, también judío, dice que el supuesto antisemitismo de Harvard y otras universidades es un mero pretexto para ahogar el pensamiento libre. Schama contrasta la larga tradición liberal de Estados Unidos, de valorarlo como esencial para la libertad en general, con una tradición autoritaria paralela, inspirada en parte por el evangelismo, que lo condena. Cita al predicador Billy Sunday, quien hacia 1900 vaticinaba que los universitarios se irían al infierno.
¿Pensará lo mismo J.D. Vance? En septiembre de 2021, cuando era candidato a senador, él dictaminó que las universidades sirven solo para enseñarles a los jóvenes a odiar a su país y a su familia. Con admiración citó a Nixon cuando dijo “los profesores son el enemigo”. Lo son, claro, para autoritarios que no toleran la crítica y prefieren que sus súbditos sean ignorantes. Al punto de tener a los estudiantes en un estado de terror como lo están en Estados Unidos. Sobre todo, los extranjeros, que viven con temor a ser detenidos.
Curioso el hipócrita doble lenguaje orwelliano con que justifican esta campaña de terror. Censuran a las universidades “para que haya libertad de expresión”. Necesitan los nombres y datos de sus estudiantes extranjeros “para protegerlos”. Las detenciones arbitrarias serían para revertir el “miedo” con que Biden manipulaba a los ciudadanos. Así lo explicaba la ministra Kristi Noem en una reciente reunión del CPAC —de ultraderecha— en que también se lucía José Antonio Kast. Por su lado, Trump denuncia que las universidades son “antiamericanas”, adjetivo que hacia 1950 usaba ese cazador de brujas disidentes que era el senador Joseph McCarthy.
Por algo recuerdo cuando en 1936 interrumpieron una conferencia de Unamuno en Salamanca gritando “abajo la inteligencia, viva la muerte!”.