Mañana será la última cuenta del Presidente. Al menos en este primer mandato.
Cuán diferente será de aquella primera cuenta en junio de 2022. Revisar las imágenes solo muestra que los días pueden haber sido largos, pero los años han sido muy cortos.
Aquella vez, en un Congreso todavía marcado por la distancia social y con los asistentes portando mascarilla, el Presidente inició su alocución diciendo “Chilenas, chilenos, habitantes de nuestra Patria, pueblos de Chile”. Todavía había invocación a “los pueblos de Chile”.
Faltaban solo tres meses para que fuera el decisivo plebiscito de la Convención Constitucional. En primera fila, Giorgio Jackson e Izkia Siches secundaban al Presidente, que se dirigió al país casi sin nombrar la palabra “crecimiento” y solo unas pocas menciones a la palabra “seguridad”.
Aquella vez habló de las muertes del estallido social, de la nueva Constitución. Además, anunció la creación de un Ministerio de Pueblos Indígenas, así como el establecimiento de “parlamentos territoriales que reconozcan a las autoridades e instituciones propias”. Habló de la empresa nacional del Litio, de la prohibición total de tenencia de armas, de la aprobación de una reforma tributaria y del lanzamiento del plan “ahorro a precio justo” y “gas a precio justo”
Todo lo anterior no es más que una muestra de cómo ha cambiado el país y cómo ha cambiado el Gobierno. Y cuán distinto de lo que probablemente se escuchará y se verá mañana.
Parece ser que el Presidente Boric, como nadie, ha hecho suya aquella frase atribuida a Keynes que decía “Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. ¿Qué hace usted, señor?”.
Tal vez por eso es que la cuenta de mañana no será una cuenta alegre. Todos los sueños refundacionales se han esfumado y la parte del Presidente que quería “destruir el capitalismo” no ha visto la luz.
Los tres años han sido cuesta arriba y la popularidad ha sido esquiva.
Así, no solo atrás quedó la refundación de Carabineros, el fin de las AFP, los retiros, el no a la militarización del Wallmapu, el TPP11. Lo peor del contraste de estos tres años será explicitar la severa derrota ideológica del actual Gobierno.
Hoy los chilenos hacen suyo aquel lema de la bandera brasilera, “orden y progreso”, y se alejan de todo lo que llevó al actual Gobierno al poder. Una muestra más de aquello de que la voluntad popular no es una línea recta, sino que un péndulo en constante movimiento.
Para peor, la cuenta se produce en medio del mayor escándalo de los últimos años en torno a las licencias, que instala como nunca que el abuso no está solo en las empresas (como se enarboló por tanto tiempo) sino que el abuso está incrustado en el Estado. Miles de funcionarios sinvergüenzas. Miles de empleados públicos que no importaba que no estuvieran. Miles de funcionarios pagados por los “contribuyentes”. Un misil para quienes buscan construir desde el Estado la sociedad nueva. Un regalo para quienes quieren prender la motosierra.
Mañana el Presidente Boric probablemente haga los últimos gestos para su sector. Israel, el aborto y algo más. Pero se verá obligado a enfatizar, incómodamente, en el orden y el progreso. Mal que mal es lo que la gente quiere oír. Seguirá jugando así en una cancha ajena. Probablemente ya no comenzará dirigiéndose a “Los pueblos de Chile”. Y las viejas propuestas se verán tan alejadas como hoy se ven las mascarillas. Otro momento, otro Chile. Otro contexto.
El oficialismo, como todos los oficialismos, “valorará” los anuncios. La oposición, como todas las oposiciones, criticará “la desconexión presidencial”. El libreto es conocido. Pero el problema es que el actor principal llega profundamente derrotado.
Aunque no hay que perderse: la derrota puede ser temporal. Mañana los chilenos ya querrán otra cosa.
Tal vez, lo único que se mantendrá constante es que habrá un anuncio de trenes para Chile. Porque no hay una cuenta pública en que no se anuncie un tren…