En medio de un terremoteado cambio del naipe de la política mundial, se nos plantea qué debe hacer Chile. El problema crucial es cómo adaptarse a esta situación, caracterizada en lo esencial por la pérdida en Occidente de experiencia e interés en el liderazgo.
Para quienes creemos que el papel de Estados Unidos en la modernidad ha sido en general más bien benéfico, el panorama actual representa una recia prueba de credibilidad, con gran perplejidad acerca del futuro, que contradice en tantos aspectos su propia política de tantas décadas. En EE.UU. se lleva a cabo una especie de autorrevolución —si se permite el neologismo—, todavía más innecesaria que otras de la modernidad, si bien revela la propensión a la crisis de la sociedad humana. Estas potencias, entregadas a caprichos, pueden ser de temer y en un principio pagan escasas consecuencias; en el mediano plazo, comienzan a percibir que las veleidades habrán mermado sus alternativas y su influencia. Quisiera pensar que la fuerza de la tradición, nada de desdeñable en EE.UU., terminará por imponerse. Es de sospechar que en nuestro país y en tantos otros todavía nadie sabe a ciencia cierta cómo reaccionar ante esta pataleta de un gigante ebrio.
Me sumo a quienes aconsejan prudencia y, en lo posible, en tratos directos con Washington, pasar desapercibidos, confiando en que la dirección de ese país recuperará la sensatez. Desgraciadamente, los estropicios dejan huella. Y un vacío, porque sigue siendo la única potencia que podría crear un marco de equilibrio global razonable. No es lo que ahora sucede.
Europa, desde1945 bajo la protección de EE.UU., y desde entonces también murmullando contra Washington, tendrá que redescubrir lo que es tener liderazgo internacional. Para ello, verdaderamente, solo hay dos candidatos, Francia y Alemania, complicados por una indefinición política interna. Mientras no sea superada, no se divisa la luz al final del túnel. En nuestra América, los intereses nos deberían orientar a este polo que mal que mal es la principal sede de los sistemas democráticos. El mundo euronorteamericano ha sido la fuente principal de ideas y percepciones de la modernidad hasta nuestros días, esparcidas, reproducidas y a veces recreadas con fecundidad en el resto del mundo.
Todo esto sin duda les da más alas a quienes en nuestros países propugnan una identificación con BRICS, hijo no reconocido de los No Alineados, con las mismas contradicciones e inoperancias como organización. En lo básico, responden al liderato sobre todo de China y, en menor grado, Rusia. Turquía y otros juegan algún papel, como socios menores. A todos ellos la democracia no les quita el sueño. La India escapa un poco a esta caracterización, por ser una democracia con un país de vida violenta en su interior. Su poder es su tamaño, muy hipotecado por una situación geopolítica delicada y, lo que a algunos les parecerá contradictorio, con excelentes relaciones estratégicas tanto con EE.UU. como con Rusia.
Por último, entre las cartas con poder relativo está Brasil, que tanto con Bolsonaro como con Lula demuestran escaso aprecio por la democracia en lo internacional, si es que esto interesa a una política internacional. Como en el caso de EE.UU., hay que cruzar los dedos para que pueda sobreponerse la tradicional política prudente de Itamaraty. En las actuales circunstancias, Chile debe aplicar el principio democrático solo en nuestra América, sacrificándolo cuando se trata de pelea entre perros grandes a lo largo del mundo.
En fin, en política oficial, paciencia con EE.UU.; cortesía formal con China. Que la polémica sea tarea de la sociedad civil.