Silvio Rodríguez dice vivir “en un país libre”, aludiendo al comunismo cubano. Alemania, junto con recordar los horrores de Auschwitz, conmemora la caída del comunismo como un hito de libertad. A pesar del abismo entre ellos, cubanos y alemanes coinciden en dos intransables que en Chile parecemos olvidar con demasiada frecuencia. Primero, entienden cabalmente los significados de “libertad” y de bien común a los que respectivamente adhieren. Segundo, entienden que son responsables de promover y enseñar esos significados a las nuevas generaciones.
La diferencia entre ambos sistemas es evidente. En la sociedad marxista no es preciso consensuar visiones diversas sobre qué constituyen la libertad y el bien común. El marxismo subordina el bien personal al colectivo y no valida el disenso, sino que lo aplasta. El Estado impone su noción de bien al hombre porque estima que solo así puede librarlo de la alienación que este por sí solo no advierte. En una democracia liberal como la alemana, el desafío es más complejo. Aquí, los significados de libertad y de bien son disputados porque hay pluralismo. Quienes creen en un orden libre como el alemán, enfrentan entonces un desafío mayor al que no pueden renunciar y del que son responsables. A pesar de sus diferencias políticas, líderes y ciudadanos admiten explícita y transversalmente que este orden descansa, aunque no se agota, en el mercado, la democracia formal y la subsidiariedad. Pueden debatir sobre la extensión y énfasis de estos pilares, pero en caso alguno pueden guardar silencio ni mostrar ambigüedad en su defensa pública.
Bajo el esquema plural, las nociones de libertad y de bien común no se imponen desde arriba. El Estado protege la libertad personal, y por eso decimos que es subsidiario. Asegura libertad a personas y asociaciones para la consecución de sus fines particulares. Pero entiende que el bien común, esa voluntad general, no es simplemente la suma de los bienes particulares. La subsidiariedad es un medio y no el fin de la organización estatal, porque si lo fuese, correría el riesgo de caer también en el corporativismo o identitarismo que rechaza. El antídoto para este riesgo es justamente conjugar mercado y subsidiariedad con democracia formal y representativa. Allí es donde la libertad individual y el bien social consensuado se encuentran y armonizan de la mejor forma conocida hasta hoy.
¿Cómo transmitir estas ideas que parecen complejas a la ciudadanía de manera clara? En Alemania, a diferencia de Chile, la formación cívica compromete a organizaciones sociales, deportivas, culturales y artísticas. A escuelas y universidades. Ello requiere coraje, convicción, y compromiso. Requiere artistas, profesionales, comunicadores y académicos —como lo fue Felipe Schwember, recientemente fallecido— que no teman explicar y defender la libertad en la que creen públicamente y con honestidad intelectual y personal.
Fernanda García