La reciente presentación aquí del libro de Javier Cercas (“El loco de Dios en el fin del mundo”), un diálogo del autor con la talentosa María Teresa Cárdenas, movió el interés del público y los lectores por un asunto que con seguridad concierne a la mayor parte de la humanidad. Cercas, un ateo, racionalista y anticlerical declarado, fijó en este libro su atención en la pregunta de su madre acerca de si se encontraría con su difunto marido una vez que ella muriera. Esa fue la pregunta que el escritor quiso dirigir a Jorge Bergoglio.
¿Qué motivación pudo tener un ateo para fijarse en un Papa y disponerse a conversar seria y extensamente con varios prelados, teólogos, misioneros y periodistas de Roma, hasta casi al punto de transformarse en un fervoroso y condescendiente vaticanista? Tratándose del escritor hispano, esa motivación estuvo en la inquietud expresada por su madre, si bien en mi caso lo que me ha movido a tratar también el tema religioso es algo puramente estadístico: si siete de cada 10 personas afirman creer en Dios, ¿cómo se podría eludir una respuesta u ordenar al menos el frondoso naipe de las muchas creencias que existen sobre el particular?
De partida, vale tener presente la distinción entre religiones (por ejemplo, el cristianismo) e iglesias (por ejemplo, la Católica). Estas últimas son instituciones jerárquicamente organizadas, mientras las religiones no son propiamente instituciones, sino doctrinas que surgen del mensaje de un fundador que se expande hasta alcanzar a muchísimos que adoptan o heredan ese credo de origen. El filósofo Gianni Vattimo afirma que las iglesias son a las religiones lo que los museos al arte, o valiéndome de un lenguaje nada elegante, son lo que los clubes de fútbol al fútbol. Siguiendo con esta analogía, alguien podría creer que el fútbol es el mejor de los deportes colectivos y, sin embargo, no hacerse socio ni hincha de un club en particular. También es posible creer en Dios y no adscribir a ninguna religión ni formar parte de una iglesia.
Así es como han surgido religiones e iglesias, como fue patente en el caso de la religión cristiana y las muchas iglesias de ese carácter que han sido organizadas como tales. Esto es lo que explica que, tratándose de la Iglesia Católica, a partir del Concilio Vaticano II, se le haya pedido a esta institución, Bergoglio y Cercas incluidos, que vuelva a su raíces cristianas y, si fuera necesario, hasta a las propias catacumbas.
Como desde niño he celebrado el género policial, me cuesta entender la afirmación de Cercas de que todas sus novelas son policiales, simplemente porque en ellas hay siempre un enigma. Este mismo autor ha publicado un par de novelas deliberada e inequívocamente policiales, en mi parecer ambas muy débiles, que poco o nada tienen que ver con su obra mayor, “Anatomía de un instante”. No es que los relatos policiales sean un género menor, pero no sé si para calificarlos de tales bastaría con que en un texto nos encontráramos con la enigmática palabra “enigma”, a veces reemplazada por otra más sospechosa: “misterio”.
Ateo como se reconoce, me habría gustado preguntar a Cercas cuántas clases de ateos distingue él —porque existen varias, al igual que pasa con los creyentes y agnósticos—, lo cual, como en tantas otras cosas, muestra una realidad heterogénea y compleja que refuerza la pertinencia de utilizar los plurales en vez de las simplificadoras voces en singular.
Como ven, seguiría hablando con Cercas de literatura, y también de cine, que me parecen las mayores y más extendidas fuentes de diversidad que conocemos.