Desde hace un tiempo que la estructura tributaria es parte del debate sobre el crecimiento en Chile. Es un asunto además profundamente político, que involucra decisiones sobre qué impuestos pagamos, quiénes los pagan y qué tipo de bienes públicos recibimos a cambio.
En Chile, la carga tributaria recae desproporcionadamente en las empresas, las que pagan una tasa mayor que el promedio de los países desarrollados. Así, la OCDE ha señalado que la recaudación de impuestos directos en Chile está concentrada en la renta empresarial, a diferencia de otras economías donde pesa más el impuesto a la renta personal. De hecho, cerca del 75% de los contribuyentes chilenos está exento, mucho más que el tercio promedio en países OCDE. Esto resulta en una presión fiscal sobre las personas muy menor de la observada en economías desarrolladas. En el caso del IVA, se ven diferencias menos significativas entre Chile y otros países.
Cuando se discute reducir la carga tributaria de las empresa, también surge la pregunta sobre qué referente usar, e Irlanda es un ejemplo habitual. Se argumenta que el tener una tasa de impuesto corporativo de 12,5%, de las más bajas del mundo desarrollado, habría atraído masivamente inversión extranjera. Por eso, a veces se plantea que reducir la tasa corporativa a niveles “irlandeses” podría detonar un dinamismo similar, aumentando la inversión y el crecimiento. La pregunta es cómo se puede compensar esa reducción de forma de no estresar más aún las cuentas fiscales de Chile. Como Chile recauda poco de las rentas personales en relación con otras naciones de la OCDE, lo habitual es pensar que la compensación debe venir por ahí.
Es interesante también aquí el caso de Irlanda, donde las personas contribuyen más que en Chile y más que el promedio OCDE. En la práctica, los trabajadores irlandeses comienzan a pagar tasas marginales de 20% desde tramos de ingreso mucho más bajos que sus pares chilenos. Además, la tasa marginal superior de 40% en el impuesto a la renta de Irlanda se aplica a sueldos cerca del salario promedio (equivalente a unos 3 millones de pesos mensuales). En contraste, en Chile la tasa máxima (también cercana al 40%) solo afecta a contribuyentes de muy altos ingresos.
Esto significa que Irlanda ha logrado una base tributaria personal mucho más amplia: prácticamente todos los ciudadanos con ingresos tributan algo, mientras que en Chile la mayor parte de los asalariados no paga impuesto directo. No es sorprendente, entonces, que en Irlanda la recaudación por impuesto personal represente alrededor del 31% del total de impuestos, comparado con apenas un 11% en Chile. Los números reflejan prioridades distintas y también contextos distintos: Irlanda optó por gravar menos la ganancia empresarial, pero más la renta de las personas, al punto de no contemplar un tramo exento universal amplio en su sistema. Irlanda tiene, además, un ingreso per cápita de 124.000 PPP el año 2023, cerca de cuatro veces mayor que el chileno.
Esto revela que no se pueden extraer lecciones simples de un caso para aplicarlas directamente en otro. Pretender calcar solo el elemento atractivo —la baja tasa corporativa— sin importar el contexto podría desfinanciar al fisco chileno y agravar la inequidad. Reducir la discusión tributaria solamente a un tema de crecimiento es ignorar estas legítimas consideraciones políticas.
No cable duda de que la provisión de servicios públicos en Chile no está al nivel de Irlanda, pero también es cierto que la cobertura y costo de nuestras propias políticas sociales en pensiones, salud, mercado laboral y educación distan mucho de lo que teníamos hace 20 años. Si estos beneficios cubren a casi todos los chilenos, y queremos hacerlos sostenibles en el tiempo, es de justicia que también todos aportemos más que hoy en la medida de nuestras capacidades. Esto se puede lograr con incrementos progresivos y graduales de la base tributaria y de las tasas marginales de impuesto personal.
Las lecciones de Irlanda, bien entendidas, invitan a una reflexión más profunda sobre el desarrollo, más allá que copiar mecánicamente una de sus políticas. Una estrategia de largo plazo de integración financiera y comercial con el mundo, de aprovechamiento de ventajas comparativas (la cercanía a Europa en el caso de Irlanda, las energías renovables y la minería en el caso de Chile), y fuerte inversión en capital humano, son parte de la agenda de éxito de Irlanda que trascienden la mera tasa de impuestos a empresas y que pueden servir de ejemplo para Chile.