Gran impacto está generando la tensión entre el gobierno de Estados Unidos y sus universidades, así como algunas de las disposiciones de la propuesta de financiamiento de la educación superior (FES) en nuestro país. Esta preocupación se debe a que las condiciones impuestas podrían poner en riesgo la misión de las universidades. Esto es, su capacidad de buscar y transmitir la verdad, misión de suyo compleja, que claramente no significa que las universidades posean la verdad, sino que deben contar con las condiciones necesarias para buscarla.
Hace un tiempo ya que la verdad está amenazada. Por un lado, por posturas posmodernistas, que proponen que ella no existe y que sería una simple construcción humana. A lo que se suma la denominada posverdad que, sobre la base de noticias falsas y la desinformación, hace casi imposible distinguir entre lo verdadero y lo falso.
En este contexto, defender la misión de las universidades adquiere una relevancia y urgencia insoslayables. La sociedad requiere contar con universidades autónomas, que estén compuestas por comunidades académicas diversas dispuestas al diálogo, y disponer de un sistema universitario plural.
En relación con la autonomía, ella es esencial para garantizar la libertad académica que a su vez es necesaria para poder buscar lo que es verdadero. Libertad que tiene como límite todo aquello que pueda atentar contra la dignidad humana. Para ser autónoma la universidad no puede estar ni “vigilada”, ni “comprometida” con alguna causa (Millas, 2012). “Vigilancia” o “compromiso” que pueden provenir de grupos internos de las mismas universidades o tener un origen externo, como sería el caso del país del norte, o los posibles riesgos de la propuesta de FES. Ello obliga a evitar cualquier embate cuyo objetivo sea la instrumentalización y utilización de las universidades por determinados grupos de interés.
Respecto de lo segundo, la búsqueda de la verdad precisa de comunidades académicas compuestas por personas que provean distintas perspectivas, y que estén dispuestas a participar de un diálogo basado en “interrogaciones críticas”. Este pluralismo epistémico activo es un seguro contra las incertezas, permite combatir y complementar las limitaciones de cada punto de vista, e incentiva una positiva competencia entre las distintas miradas. El pluralismo sumado a la libertad antes mencionada permiten que la verdad no sea un dogma muerto, sino que perdure como una verdad viva (Mill, 2013).
En el caso contrario, una universidad conformada por comunidades académicas homogéneas, que excluyen otras perspectivas, enfrenta serias dificultades para buscar la verdad. Para entablar un diálogo entre perspectivas distintas, la universidad debe ser el lugar donde por excelencia se confrontan argumentos e ideas. Ello exige erradicar todo aquello que impida una cultura de la deliberación y del intercambio de argumentos (cancelación, funas).
Por último, es importante también clarificar el aporte de las universidades que tienen un ideario, como son las universidades católicas. La misión de estas instituciones sin duda también es la de buscar la verdad. Por tanto requieren de autonomía y de comunidades académicas plurales, pero que en este caso deben incluir la presencia de la perspectiva de la tradición intelectual cristiana en todas las disciplinas, en especial en las humanidades.
El pluralismo no puede ser neutral, sobre todo cuando se quiere responder a la pregunta sobre el ser humano y el sentido de la verdad. En la medida que esta perspectiva no sea monopólica, y que participe del diálogo académico dentro de una comunidad plural, no se opone a la libertad académica, sino que, por el contrario, permite ampliar las metodologías y epistemologías a las que podemos acceder para buscar la verdad.
Es evidente, entonces, que la búsqueda de la verdad requiere de un sistema universitario plural. Este implica, como se mencionó, que todas las universidades tengan una necesaria pluralidad intrainstitucional, garantizada por la existencia de comunidades académicas diversas. Sin embargo, si la pluralidad solo se basa en esta condición, se corre el riesgo de caer en la “paradoja de la diversidad”, es decir, que terminemos construyendo un sistema homogéneo compuesto solo por instituciones muy parecidas entre sí (Svensson, 2022). Desde el punto de vista sistémico, la existencia de universidades católicas, o con otro ideario, aporta una pluralidad interinstitucional, que amplía y profundiza el diálogo crítico.
Por lo tanto, como sociedad, necesitamos de universidades autónomas, académicamente diversas y dialogantes, y con un sistema universitario plural. La ausencia de alguna de estas condiciones, pone en serio peligro la capacidad que tengamos para buscar la verdad, y con ello se debilita el desarrollo humano y la vida en democracia.
Juan Larraín C.
Instituto de Éticas Aplicadas Facultad de Ciencias Biológicas P. Universidad Católica de Chile