El género musical es, en países como Estados Unidos o el Reino Unido, una verdadera industria. En específico en Nueva York es una fuerza económica que aporta miles de millones de dólares a la economía de la ciudad, genera miles de empleos y contribuye a la economía local atrayendo a millones de visitantes al año. En Broadway, antes de la pandemia, fueron casi 15 millones los espectadores registrados, recaudando más de US$ 1.800 millones y aportando US$ 14.700 millones a la economía de la ciudad. Aunque esos números aún no se recuperan, están cerca.
Cercano a la ópera, el musical tiene sus propias características: utiliza acústica asistida (micrófonos) a causa de los numerosos diálogos que tienen gran importancia; una dinámica en extremo ágil; cambios de escena creativos e innovadores; una orquesta flexible en su tamaño; y una disposición propia a la influencia de la música popular. Se dice que mientras la ópera se sumerge en la grandiosidad musical y la emoción trascendental, el musical abraza la diversidad musical y la narración interactiva. En realidad, no hay consenso y el debate de si el género es ópera o no, se reavivó hace unos años, con el éxito de Hamilton.
Vivimos el entusiasmo que esta expresión puede generar las dos últimas semanas, en el Teatro Municipal de Santiago, con La Novicia Rebelde en la versión del brillante Emilio Sagi y un equipo también integrado por Daniel Bianco (escenografía) y Pablo Núñez (vestuario): 12 funciones agotadas y más de 15 mil personas que compraron sus entradas.
¿Puede sorprendernos que una historia que tiene en el centro a una familia numerosa y que se enfrenta a las complejidades propias de la vida, genere ese entusiasmo? Probablemente no. En tiempos de tantos cambios e inestabilidad, los espacios culturales ofrecen casi excepcionalmente lugares de encuentro transversales para un público que tiene la oportunidad de compartir en su diversidad. Si a eso sumamos una historia que conecta con la realidad y que expone temas del todo vigentes (el encuentro con el amor, el cambio de vida, dinámicas familiares reconocibles, una familia reconstituida, la decisión de migrar, la tensión política, entre otras), junto a una música interpretada por la Orquesta Filarmónica de Santiago dirigida por Pedro-Pablo Prudencio y el brillante trabajo de los artistas nacionales (cantantes y actores), guían con facilidad al público por el paisaje de las emociones y las melodías, de la mano de las letras de Richard Rogers y Oscar Hammerstein.
Unos cantan y otros se emocionan. Algunos comentan la acción en el escenario (el primer beso de los protagonistas genera siempre reacciones) y otros se despiden de los Von Trapp al terminar su presentación en el Festival recreado.
No hay dudas de que el género musical conecta con un público amplio y diverso. Probablemente las barreras de acceso a él sean mínimas. Pueden ser sus temáticas, su inspiración en el cine en algunos casos, o en obras literarias populares. No es una experiencia tan intelectual como emocional. Reír, llorar, cantar, expresarse, participar. Signos de los tiempos que vivimos. Cada uno, con su propia mochila de vida, su capital cultural, como dicen otros. En realidad, y simplemente, como la vida misma.
Carmen Gloria Larenas
Directora general Teatro Municipal de Santiago