Si nos pusiéramos en el escenario hipotético de que la historia tiende a replicarse a partir de ciclos centenarios, ¿que podríamos esperar para Chile a partir de las decisiones que se puedan tomar hoy? Para hacer el ejercicio, debemos primero trasladarnos a un siglo atrás. Por simplicidad, lo haré a 101 años atrás.
Hace 101 años, el 13 de mayo de 1924, el Congreso Nacional aprobó una norma que mejoraba el ingreso de los parlamentarios y, con ello, se gatilló por un lapso de 18 meses una disrupción importante del orden institucional, el fin de la democracia como se conocía, varios golpes de estado, la reinstalación del gobierno de Alessandri y el devenir de la Constitución de 1925.
Se argumentó que la referida legislación significó una postergación a reformas necesarias que cambiaran el vínculo de la política pública con demandas sociales insatisfechas. Muchas de esas necesidades habían sido elevadas a la esfera pública como la “Cuestión Social”, por el doctor Augusto Orrego Luco, por medio de una serie de publicaciones en 1884. Es decir, habían transcurrido cuarenta años desde que “el problema” había sido identificado públicamente, y en el intertanto, no se había logrado remediar de manera significativa el acuerdo social para satisfacer esas demandas. Aunque hubo reformas sociales relevantes en el intertanto, como la ley de Habitación popular, u otras, el acuerdo social del Estado y la ciudadanía se reformó sustantiva y progresivamente, con éxitos y fracasos, a partir del orden institucional inaugurado en 1925.
¿Existen elementos del presente que rimen con lo ocurrido hace un siglo? No es fácil adelantar una respuesta, pues hay cosas que hoy existen y antes no, y otras que no han cambiado demasiado. Pero me aventuro a responder.
Un siglo atrás habían elecciones democráticas, pero sin voto universal (se excluía a iletrados y mujeres), ni secreto. La exclusión de las mujeres terminó en 1952, la de los iletrados en 1970 y el voto secreto con cédula única, se inauguró en 1958. O sea, hace un siglo el termómetro de la élite política para medir la temperatura política ambiente era de pésima calidad, y por propia elección. Hoy disponemos de un mejor aparataje, porque no excluimos a nadie, nos obligamos a votar y dotamos de varías vueltas para llegar a elegir a una presidenta o presidente. Con todo, subsiste la percepción de que existe una desconexión de la élite política con la experiencia de vida de las personas, según varias encuestas contemporáneas. Respecto de hace un siglo, escogimos una mejor estructura de levantamiento de información de la ciudadanía, lo que reduce los riesgos de desconexión entre la política y la gente, aunque no se eliminan.
El ejercicio hipotético de repetición de la historia, requiere identificar determinaciones en el Congreso que puedan provocar escalofríos en sectores vastos de la población. De esos que lleven a descalabros institucionales como los de 1924-25. Por una parte, la ciudadanía ya fue protagonista de dos películas Constituyentes, con pésimos resultados de taquilla, y por ello nadie apuesta por una secuela. Por otra, es posible que haya proyectos que terminen generando discordia con sectores amplios de la población, que simplemente no hemos identificado.
Nadie conoce a ciencia cierta la valoración, alegría y disgusto por los proyectos en los distintos sectores afectados. Disponemos de elecciones presidenciales como instrumento que nos guía sobre el valor relativo entre diferentes opciones de política, lo que permite seleccionar agendas con más vítores y menos abucheos.
Visto así, podemos adelantar que la centroizquierda cuenta con primarias como un instrumento oportuno para seleccionar las agendas. En cambio, las derechas solo podrán tener dicha selección luego de las elecciones de primera vuelta. Esta diferencia de oportunidad para la selección y discusión de agendas de política pública representa una ventaja importante de la centroizquierda respecto de sus adversarios. Ello, porque se favorece la construcción de acuerdos que den cause a mejorar las opciones de gobernabilidad en caso de resultar electos.
¿Debemos descartar fantasmas del pasado? Sí; contamos con mejores instituciones para combatir el alzhéimer histórico-institucional y para escoger agendas de política más apetecidas. Sí, cuando los liderazgos apuestan por primarias para construir gobernabilidad y no, cuando las desechan. Al descartarlas, señalizan menor aversión al riesgo político, menor valor a la gobernabilidad y al riesgo de equivocarse.
Bernardita Escobar Andrae
Académica