Evacuado el informe de la Comisión para la Paz y el Entendimiento en La Araucanía, comienza un encendido debate que consumirá un buen tiempo, y es natural que así lo sea. Es necesario contar con todos los elementos de juicio pertinentes para evaluar.
Desde los años de la incorporación (Pacificación) definitiva de ese territorio a la administración del Estado de Chile, esta Comisión ha sido el más importante esfuerzo por establecer un orden de ideas y prácticas para encarar los fosos todavía existentes entre la población mapuche y el resto de Chile. Detalle no poco importante, se trata un pequeño pero respetable grupo quizás de poco menos de 500 mil personas, y no de la masa de mapuches ya bastante criollos, afincados a lo largo de Chile, en especial en la zona central, que no han presentado ni la más mínima actitud subversiva ni contestataria. En la misma Región de La Araucanía, en una cantidad importante de pequeñas ciudades con marcada presencia mapuche, el Rechazo tuvo un resonante apoyo para el plebiscito del 2022. Como para pensar la cosa.
Porque la entrega de tierras hasta el momento no ha solucionado nada, absolutamente nada, si es que el problema consiste en responder a la violencia y subversión, bastante violenta y, hay que reconocerlo, eficaz en hipotecar una región. La estrategia aconsejada en todas estas situaciones es separar a la población de los grupos subversivos o violentistas enquistados o confundidos en ella, tarea casi siempre de largo plazo, para derrotar o desalentarlos definitivamente.
La tierra tiene poco que hacer en esto. Ella jamás alcanzará para todos y cada uno, sencillamente porque la relativa urbanización del mundo agrario avanza sin cesar y parece ser compañera inevitable de la superación del hambre. Tras esto existe otra realidad omnipresente. El destino de la sociedad arcaica —u original— era transitar a ser una civilización, o sociedad compleja según se la llame, con la escritura, el comercio, la agricultura, las instituciones políticas, etc. Si toda la humanidad hubiera evolucionado al unísono, habría de todas maneras muchos problemas, pero no la dificultad en adaptarse. La respuesta creativa para estos pueblos consiste en la adaptación gradual para fundirse con la civilización moderna, proceso en el cual de todas maneras conservarán e infiltrarán a la vida cultural no pocas de sus tradiciones. Esto en muchos casos ha operado creativamente a lo largo de la historia.
La alternativa de tantas ONG —entre ellas de diripgentes mapuches de tipo de lenguaje posmoderno, originado en la academia euroamericana— es crear un mundo “originario” protegido, cual zoológico humano, supuesta reproducción exacta del pasado. Adicionalmente, coloca a esos pueblos en un peligro existencial nada de improbable, cuando este encanto de elite por lo originario se haya desvanecido, y lo fashionable sea un nuevo furor. ¿Qué será de ellos para ese entonces, desprotegidos? En cambio, favorecer la gradual integración posible a esta cambiante modernidad de verdad los hará más fecundos ante esta y les confiere la capacidad de sortear los inacabables desafíos en que consiste la condición humana.
Dicho esto, no conviene echar al saco roto este esfuerzo por ofrecer una salida, tomando en cuenta realidades porfiadas como las aquí señaladas o el temor comprensible por arrojar cuantiosos recursos para que después se revelen como puro despilfarro. Exceptuando el reconocimiento constitucional, que sería una camisa de fuerza completamente innecesaria y tentación recurrente entre nosotros, asumamos la promesa que ofrece este resultado.