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Editorial
Martes 13 de mayo de 2025
Acuerdo entre China y Estados Unidos
Una alternativa plausible es la de que el gobierno norteamericano se haya dado cuenta de que el propósito de su política es en realidad inalcanzable.
El encuentro entre las máximas autoridades económicas de China y Estados Unidos el pasado fin de semana, en Suiza, terminó con un resultado mejor al esperado, provocando una reacción positiva en los mercados mundiales. Incluso, en ciertos casos —y como muestran reportes de bancos de inversión—, también se modificaron al alza algunas proyecciones de crecimiento que habían sufrido una fuerte corrección a la baja en los últimos meses, asumiendo ahora que la tregua arancelaria será duradera.
En lo concreto, China y Estados Unidos acordaron, por 90 días, llevar a 10% las tarifas recíprocas que se habían autoimpuesto desde comienzos de abril, así como eliminar algunas restricciones a las exportaciones. Esto, por cierto, no significa que los aranceles queden ahora en 10%, toda vez que otros condicionantes, como por ejemplo los aranceles de 20% que Estados Unidos impuso a China argumentando razones de seguridad nacional a raíz de la crisis del fentanilo —donde Washington responsabiliza a Beijing por la producción de precursores químicos usados en su elaboración ilegal—, se mantendrán vigentes. Con todo, queda abierta la puerta para que, si China demuestra estar ejecutando acciones decididas en el control de las exportaciones de estos productos, los aranceles puedan caer aún más. Lo anterior, sin embargo, no debe hacer obviar el hecho de que el plazo de 90 días durante el cual regirá el acuerdo alcanzado en Suiza es corto y difícilmente podrá llegarse en ese lapso a entendimientos sustanciales. Por ello, hay un riesgo que se debe considerar de que esta sea una tregua transitoria.
Es que en definitiva, luego de un mes tan tenso, es difícil interpretar el acuerdo ahora logrado. Si el sustento para los aranceles impuestos por Estados Unidos ha sido proteger su industria nacional, no es claro cómo un acuerdo de este tipo, que termine con aranceles bajos de manera persistente, vaya a conseguir tal objetivo. Otra alternativa es que las negociaciones entre las dos potencias involucren compras por parte de China de productos norteamericanos, lo que ya sucedió en los acuerdos logrados en el contexto de la primera guerra comercial, durante el anterior mandato de Donald Trump. Claro que esos acuerdos estuvieron más bien orientados hacia los bienes agrícolas y no a productos manufactureros como los que Trump quisiera ahora impulsar.
Quizá la alternativa más plausible para explicar el actual escenario sea la de que el gobierno de Estados Unidos se ha dado cuenta de que el propósito de su política es en realidad inalcanzable. Una protección efectiva de su industria resulta altamente costosa para su economía y, de hecho, tanto las presiones de productores locales como de los mercados financieros han estado empujando a revertir las medidas adoptadas. Para China, esto también es un alivio, toda vez que los efectos negativos del cierre del comercio con Estados Unidos han sido muy significativos. En cualquier caso, la incertidumbre asociada a este episodio definitivamente continuará, más allá de que en el corto plazo puedan relajarse algunas restricciones. Y es que todavía no son claros los objetivos de Trump, quien, así como avanza en una determinada dirección, ha demostrado que puede cambiar intempestivamente de orientación sin siquiera dar explicaciones por el giro.