El Censo 2024 reportó una rápida caída en las cifras de natalidad. Junto con el aumento en la esperanza de vida, ello implica que el país ha ido envejeciendo. Quién sabe, tal vez en el futuro también seamos un país con menos habitantes.
La reducción en las tasas de fecundidad obedece a múltiples factores. Entre ellos están las preferencias de las nuevas generaciones respecto de los hijos y el interés de las mujeres por participar más plenamente en lo público sin que haya habido a la par cambios relevantes en la distribución de género de las tareas domésticas. También ha incidido el menor acceso a recursos de apoyo al cuidado que significan las actuales familias extendidas más pequeñas, cuyos integrantes ya no viven cerca y en las que las mujeres estudian o trabajan.
Es importante reconocer que el fenómeno es global. En efecto, hace 60 años las mujeres en el mundo tenían 5,3 hijos. Hoy, solo 2,2. Es un fenómeno que viene de la mano del desarrollo.
Antes de formular políticas, habría que preguntarse si detrás de esta tendencia efectivamente hay un problema. Por un lado, la reducción de la fecundidad entre adolescentes, que explica en parte la caída, es una excelente noticia. Sabemos cuánto afecta la maternidad temprana las posibilidades de desarrollo e integración social tanto de la madre como de sus hijos.
Por el otro, también es en parte reflejo de una elección. Es interesante que, de acuerdo a la Encuesta Bicentenario UC 2024, el 76% de los chilenos cree que es mejor tener pocos hijos y así poder darles una buena educación. Asimismo, un 46% cree que las parejas que tienen muchos hijos no pueden dedicar la atención que cada uno necesita, un aumento significativo desde el 34% que estaba de acuerdo el 2009.
Ello no significa que no haya nada por hacer. Por lo pronto, debemos prepararnos para un país distinto, con mayor prevención en salud y modificando la infraestructura pública y las viviendas, entre otros.
La experiencia internacional muestra que es muy difícil revertir la tendencia a la caída en la fecundidad, pero que esta sí se puede contener. Como el fenómeno es complejo y tiene múltiples aristas, una sola política no basta. Lo principal es facilitar la vida de quienes son madres hoy y de quienes desean serlo en el futuro.
Primero, la corresponsabilidad es clave. En ella hay mucha inercia. En efecto, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT), en el 2015 los hombres dedicaban en promedio 2 horas y 44 minutos al trabajo no remunerado al día. Al 2023, ese promedio apenas había subido 9 minutos, a un nivel muy por debajo de la dedicación de las mujeres, incluso de las que además trabajan remuneradamente fuera del hogar.
La corresponsabilidad necesita ejercitarse para que crezca. Las empresas pueden aportar ofreciendo flexibilidad a los padres para que colaboren con las tareas de crianza —para asistir a reuniones escolares, llevar a los hijos a controles de salud y cuidar cuando algún hijo se enferma—.
Asimismo, un posnatal más prolongado para padres, con beneficios razonablemente generosos como se usa en Europa, es una política que ha demostrado tener un efecto persistente en las horas de dedicación al cuidado de los hombres. Extender el posnatal de la madre arriesga lo opuesto: insistir en roles de género que no se condicen con las aspiraciones de las mujeres de participar e incidir en lo público.
Ampliar las opciones de cuidado infantil también ayudaría, en particular, a través de una mayor disponibilidad de salas cuna y una oferta de cuidado y de educación con horarios que calcen con los laborales. Las largas vacaciones escolares y los cierres inesperados de escuelas son incompatibles con los acuerdos laborales formales actuales. Se necesita mayor flexibilidad laboral y también más certidumbre y continuidad en los horarios escolares.
La tendencia que el Censo ha puesto en evidencia es algo que viene ocurriendo en el país hace ya tiempo. Es hora de prepararnos para una estructura demográfica distinta y que avancemos en hacer la vida más fácil de quienes desean ser padres.