No habrá una primaria de todas “las derechas”. Los reproches que apuntan a la “falta de generosidad” de sus candidatos asumen que sus diferencias son accidentales: cuestiones de énfasis, de voluntad o de prudencia para saber cómo aplicar unos principios, que se suponen compartidos. Pero quizá este diagnóstico es muy optimista. Parte de la base que existe cierta continuidad doctrinal, que es conocida y por la que se orientan los personeros del sector. Pero quizás el asunto es más profundo y tiene que ver con la falta de concordancia, no solo entre los distintos partidos, sino también al interior de cada uno de ellos.
Una primaria solo tiene sentido cuando existe unidad, si no doctrinaria, sí al menos programática. Esta última podría haberse expresado en un programa de contrarreforma que tuviera como objetivo corregir o incluso revertir “el legado” de Bachelet II. Sin embargo, Chile Vamos liquidó esa posibilidad al apoyar el proyecto previsional del Gobierno. Con ello dio una señal contradictoria a sus posibles aliados, además de contribuir, inexplicablemente, al impulso de la ministra Jara.
Pero, más allá de este episodio, tampoco es fácil advertir la afinidad doctrinal que podría prestarle unidad al sector. Chile Vamos defiende la democracia representativa y la subsidiariedad. O eso se supone, pues su reiterada aquiescencia a distintos proyectos que van en contra de la segunda permiten dudar de que sus miembros tengan, en general, clara la diferencia entre un Estado subsidiario y un Estado de bienestar. Por otro lado, las recientes declaraciones de Evelyn Matthei acerca del Golpe ponen en cuestión su posición respecto de la democracia, pese a que, sin embargo, pretende recoger y continuar el legado histórico del Presidente Piñera.
Pero la zigzagueante trayectoria de Chile Vamos o los dislates de Matthei (a los que hay que incluir también sus declaraciones en favor de una pena agravada de destierro) no son la única fuente de dificultad. Los libertarios no creen en la subsidiariedad, sino en el Estado mínimo. Y eso cuando se avienen a la existencia del Estado, en cuyo caso son contrarios a la democracia, incluida la democracia representativa.
No hay ninguna teoría política contemporánea que haya atacado la democracia con tanto ahínco y vehemencia como el libertarianismo. Su teórico más influyente en la actualidad, Hans-Hermann Hoppe, ha dicho que “la idea democrática es inmoral y antieconómica”, y por eso defiende el anarcocapitalismo como situación ideal y la monarquía como arreglo institucional subóptimo.
Puesto que, pese a las invectivas de Hoppe, todavía vivimos en una democracia representativa —es decir, bajo el único régimen político en que el curso de la vida social se decide por medio de la competencia electoral de proyectos políticos que promueven una concepción global del bien común—, una posición como la suya es de suma importancia para la opinión pública, sobre todo cuando un partido libertario gana relevancia en la liza electoral.
Por lo dicho ya podrá adivinar el lector la contradicción en que se pone un partido que se declara simultáneamente libertario y nacionalista, pese a la coherencia monolítica que, por otra parte, puedan transmitir sus figuras.
Como no es responsable asumir que no conocen los fundamentos del proyecto que promueven, no queda más que conjeturar que, con el injerto nacionalista, los libertarios criollos simplemente buscaron ahorrar a sus figuras el despropósito de tener que defender la monarquía en un país americano.
Pero, dado que desde la perspectiva libertaria no existe algo así como “la nación”, la mezcla de libertarianismo con nacionalismo sigue siendo tan antojadiza como injustificable. Como mucho, ambos pueden coincidir para denunciar la importancia y validez del Derecho Internacional Público en su conjunto.
Por su parte, los principios que el Partido Republicano declara acerca de la existencia de Dios o de la verdad objetiva solo pueden ofrecer alguna orientación en la discusión pública para aquellos que creen que del teísmo se sigue linealmente un programa de gobierno o que sus adversarios políticos promueven deliberadamente la mentira. Para peor, su candidato cita elogiosamente a Bukele, como si el Presidente salvadoreño fuera un dechado de integridad democrática y como si no hubiese contradicción en restaurar el orden público quebrantando el Estado de Derecho.
Así las cosas, parece que lo único que une a “las derechas” es su dificultad para ponerse a la altura de las demandas por libertad política, justicia y prosperidad que reclama su propio electorado.
Felipe Schwember
Faro UDD