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Editorial
Miércoles 07 de mayo de 2025
Políticas de natalidad
Debe buscarse contener el fenómeno, pero también preparar al país frente a las posibles consecuencias del cambio demográfico.
Sin duda, la brusca disminución de la natalidad en Chile exige la atención de los candidatos presidenciales, pues sus propuestas serán importantes para evaluar su postura ante el dilema que plantea la nueva estructura etaria de la población. El fenómeno alcanza niveles inquietantes: de mantenerse las tasas actuales de reproducción, la población comenzará a disminuir. El total de niños que tiene una mujer en su vida debiera alcanzar a 2,1 en promedio para que la población pueda mantenerse, pero hoy son poquísimos los países en condiciones de lograrlo. Desde luego, ninguno en las Américas, salvo Bolivia, puede confiar en que su población crecerá, como tampoco los países europeos. Solo unos pocos en Asia y la mayoría de los africanos podrán confiar en que verán aumentar sus habitantes. Las consecuencias se extienden a casi todas las actividades y comienzan a notarse en áreas que estaban preparadas para recibir a muchos más niños, desde las maternidades hasta las escuelas, incluyendo en ciertos países la declinación de la matrícula universitaria, con el cierre de cerca de cien planteles en Estados Unidos. La disminución de los más jóvenes va acompañada de un aumento proporcional de los mayores, que alcanzarán muy pronto en Chile proporciones cercanas a un cuarto de la población. De no lograrse revertir esta tendencia mundial, parece indispensable que el país se vaya adaptando con tiempo a estos cambios y se esperaría que los candidatos tuvieran planes al respecto.
Todos los postulantes han señalado el problema demográfico como una de sus áreas de interés y han esbozado ideas, casi todas buscando frenar la tendencia actual con la esperanza de que pueda recuperarse una mayor natalidad. Para ello, parecen haber considerado iniciativas que se han intentado en otras naciones: el bono de natalidad, empleado en varios países europeos y anunciado también por el Presidente Trump en EE.UU.; la prolongación del posnatal, implementada en países de Europa y Asia, incluyendo al padre; la reducción de impuestos a las madres, vigente en Hungría; la ampliación de los tratamientos de fertilidad asistida, como en Israel o China; subsidios a los cuidados, como en Francia; subsidios a los mayores costos del embarazo, como en Corea, donde también se otorgan subsidios para el arriendo de viviendas apropiadas. Posiblemente algunas de estas medidas contribuyen a que la natalidad no baje más de lo que ya ha disminuido, pero debe tenerse presente que ninguno de los países que las han implementado ha logrado revertir la caída.
La discusión política del tema lleva siempre a un aumento de ofertas, progresivamente más caras y que culminan en la consecuencia obvia de que es necesario mejorar las condiciones de vida, como lo ha señalado ya uno de los candidatos. No obstante, cuando esas condiciones eran aún mucho más difíciles, las tasas de fecundidad eran significativamente más altas, lo que revela que estamos ante un tema de mayor complejidad que la simple solución de los problemas económicos que conlleva la maternidad. Posiblemente hay un cambio en la valoración de la familia con respecto a la realización personal que se consigue en el trabajo.
Chile verá un cambio demográfico de envergadura, que podrá ser mayor o menor si las medidas que se proponen logran implementarse y consiguen algún impacto. Existen experiencias frustrantes, como la de Corea, donde se han intentado todas las medidas descritas, sin que se haya evitado que la tasa de fecundidad continúe descendiendo hasta ser la más baja del mundo, alrededor de 0,7. El cambio que experimenta Chile, que forma parte del denominado “precipicio demográfico”, requiere de propuestas muy serias, que traten de reducir su magnitud, pero que preparen al país para adaptarse a las consecuencias de las nuevas circunstancias sociales que dicho cambio implica.