Finalmente, solo habrá una primaria de los candidatos asociados al gobierno del Presidente Boric, cuyos partidos, que enfrentan tiempos difíciles, parecen interesados en demostrar que, pese a todo, se mantienen unidos.
“Los cuatro candidatos del oficialismo —dijo Gonzalo Winter a la salida del Servel— estamos determinados a gobernar juntos, gane quien gane”. Y agregó: “es más lo que nos une que lo que nos separa”. El énfasis fue revelador: al mal tiempo, buena cara. Es posible que sea una primaria de fin de ciclo.
En contraposición, los candidatos presidenciales opositores competirán directamente en la primera vuelta, programada para el 16 de noviembre de este año. ¿Significa acaso que ellos se encuentran en situación desmedrada por saltarse las primarias de junio? Nada lo indica. De partida, los cuatro representantes de las corrientes de derecha no parecen sentirse en inferioridad de condiciones, aunque los partidos de Chile Vamos, preocupados por el supuesto rito de legitimación, estuvieron a punto de armar una primaria inexplicable.
¿Quiere decir que las primarias constituyen un mecanismo prescindible en una elección presidencial de dos vueltas? No hace falta demostrarlo. Está a la vista. ¿Por qué mantenerlas, entonces? ¿Solo porque lo establece una ley? Pero ya está visto que el asunto es optativo. Y el argumento de que las primarias permiten que los postulantes a la Presidencia sean ungidos por el pueblo, en realidad es un cuento. La primera vuelta presidencial, con voto obligatorio, permite una participación incomparablemente superior, con varios millones de electores.
En numerosos países, las elecciones primarias funcionan como un mecanismo idóneo para definir, dentro de un partido, el candidato a Presidente o Primer Ministro. En Chile, sin embargo, la lógica de bloques que se impuso como factor ordenador al inicio de la transición democrática, terminó generando una inercia de competencia entre los partidos de un bloque. La Ley 20.640, promulgada en junio de 2013, aseguró que dicha competencia tuviera control y financiamiento públicos.
Las primarias son una derivación del sistema de pactos electorales que ha condicionado nuestra vida política de un modo tal que los partidos tienden a creer que es el oxígeno que no les puede faltar. En el fondo, es el método de toma y daca que opera en las elecciones parlamentarias y municipales, y que, entre otras cosas, ha permitido la existencia de pequeños partidos subsidiados. Cuando se discute por el exceso de partidos, se elude el factor que podría reducir sustancialmente su número: el término de los pactos electorales. Ello obligaría, saludablemente, a la fusión de las fuerzas afines.
La experiencia muestra que las primarias se han convertido en una plataforma para conseguir otras cosas. Hemos visto, una y otra vez, el espectáculo de quienes aprovechan la cobertura de propaganda con financiamiento estatal para conseguir notoriedad pública, luego de lo cual se muestran dispuestos a sacrificarse por una candidatura a diputado o senador.
Es indispensable sanear las prácticas políticas para que los ciudadanos sientan que vale la pena participar en los procesos electorales, y dejen de tener la sensación de que a los partidos solo les preocupa su propio negocio. Y la palabra “negocio” adquiere aquí una connotación adecuada a la luz de lo que ha representado el costo de las elecciones para el fisco. Es frecuente escuchar, respecto de este o aquel partido, el comentario de que funciona como si fuera una ONG.
El financiamiento público de la política permitió dejar atrás el financiamiento en las sombras, sin controles de ningún tipo, pero provocó otros problemas. Es necesario evitar el dispendio de recursos, y ver alguna forma de bloquear los emprendimientos privados a costa del erario nacional. Si el fisco tiene que financiar la elección presidencial de dos vueltas y además la elección parlamentaria, ¿por qué tiene que financiar también las primarias de uno u otro sector, que son enteramente voluntarias?
Nada impediría que los partidos que consideran que tienen apoyo suficiente presentaran su propio candidato a la primera vuelta de la elección presidencial. Así, se someterían limpiamente al veredicto de los ciudadanos. Y nada impediría que dos o más partidos coincidieran en un mismo postulante. Al momento de la segunda vuelta, serían perfectamente válidos los acuerdos a la luz del día para formar gobierno o establecer formas de cooperación. Hace falta airear la política para que se vuelva respetable.
Sergio Muñoz Riveros