Señor Director:

Don Alejandro García Piguillen, cirujano, en su carta del 29 de abril, afirma que su casa nunca será suya y que él no es más que un mero arrendatario de una casa que él creía suya, pero que es fiscal. Don Alejandro, al parecer, no conoce la peor suerte de aquellos jubilados que para su vejez adquirieron un local comercial, en este caso en el barrio Bellavista, para aumentar sus escasas rentas que lograron tras largos años de trabajo.

En el caso a que me referiré el fisco es, en los hechos y abusivamente, el dueño del local: determina el valor del mismo, según unas comparaciones con otras propiedades ofrecidas en venta en el sector, comparaciones que en este y en muchos casos son absurdas de acuerdo a las circunstancias. Las comparaciones entre valores de propiedades habitacionales son bastante posibles y estables, no así las comerciales, que obedecen a muchos factores. Fijado el valor, el propietario no tiene derecho a oponerse y el SII cobra la contribución de acuerdo a la ley.

Por su parte, la municipalidad fija parámetros estrictos para el uso del suelo y reglas. En este caso, el único uso comercialmente posible es el gastronómico.

El SII no se hace cargo de la vacancia para estas propiedades y en este barrio, especialmente, es altísima, y por causas totalmente ajenas al propietario. Por ejemplo una sola, el “estallido social”. El SII no se entera de estas cosas por los diarios, cobra siempre, con reajustes e intereses. Es el Shylock de “El mercader de Venecia”.

Si el SII me comprara el local al precio que me ha fijado, se lo vendo mañana. Hoy día, después de varios años de vacancia, las contribuciones representan, aunque el lector no lo crea, el 25% de la renta anual.

Eso sí, hay que reconocer que los funcionarios del SII son altamente preparados, muy comprensivos, pacientes y amables personas, pero solo pueden prestarle a uno un pañuelo para que seque sus lágrimas.

Pablo Domeyko Pérez
Constructor civil