El breve paso de la senadora Carmen Gloria Aravena por las filas del Partido Republicano expone de manera paradójica la principal fortaleza y el mayor desafío que enfrenta esa tienda política: por un lado, consistencia y coherencia; por otro, dificultad para conformar un equipo que permita construir una mayoría sostenible.
La deserción de Aravena confirma que el apego doctrinario demanda una selección más rigurosa de los cuadros del partido. Los republicanos parecen haber admitido militantes con liberalidad, lo que les ha generado sorpresas desagradables. Han visto partir a varios parlamentarios díscolos que alguna vez fueron recibidos por la puerta ancha, pero que salieron con más pena que gloria.
La lección debería ser que, si se aspira a ser un partido disciplinado en torno a una doctrina, esta debiera ser conocida y asimilada por todos los militantes. Ahí, sin embargo, aflora el mayor obstáculo que enfrentan los republicanos: lo suyo, hasta ahora, es más una actitud que un proyecto bien delineado. Eso provoca confusiones y malentendidos que, eventualmente, terminan en renuncias que desordenan y restan potencia.
Hay que reconocer que quienes hace no tanto tiempo creímos ver a José Antonio Kast mortalmente herido por el ascenso del libertario Johannes Kaiser hemos sido desmentidos por la paciencia y la capacidad que han exhibido el abanderado republicano y su colectividad. Kast se ha robustecido. Es el único candidato que da que hablar con propuestas serias en temas importantes, como el manejo fronterizo, la caída de la natalidad o la inseguridad ciudadana. Junto al equipo liderado por Arturo Squella, ha fortalecido y dado estructura a un partido con presencia nacional y positivos resultados electorales. Todo ello le ha valido mantenerse en un lugar expectante en la carrera presidencial.
La persistencia de Kast y la coherencia de su partido son casi únicos en la política chilena (en estas dimensiones quizás solo son comparables al PC). Permiten esbozar, quizás con más nitidez que con cualquier otro candidato, cómo sería un gobierno bajo su mando. Parece claro que una gestión encabezada por Kast le daría duro a la delincuencia, cerraría la frontera, levantaría cárceles de alta seguridad y propondría un plan para recuperar los nacimientos; que, eventualmente, intentaría revertir la reforma de las pensiones y seguiría un camino para acabar con la violencia en el sur distinto al sugerido por la Comisión para la Paz y el Entendimiento de La Araucanía; que, en fin, sería la imagen especular de la administración actual.
Todo lo anterior es valioso y nada fácil de conseguir. Sin embargo, también es insuficiente.
Porque lo que se requiere no es solo manejar un conjunto amplio de medidas bien pensadas desde lo técnico y saber lo que no hay que hacer. Sin una visión amplia que sirva de guía, que oriente, inspire, atraiga y convenza, la compleja tarea de gobernar puede transformarse en un suplicio para el mandatario que la dirige y, peor aún, para el país que intenta liderar.