Las políticas proteccionistas del gobierno de los Estados Unidos, que han venido a cambiar la estructura misma del orden internacional, me han movido a reflexionar sobre la importancia del libre comercio en la historia de la humanidad. Los seres humanos tenemos profundamente arraigado en nuestro ADN el instinto del intercambio de bienes y ello ha sido un factor determinante en la forma como han evolucionado nuestras sociedades. El crecimiento histórico del comercio no se ha limitado a producir beneficios económicos, sino que ha permitido profundos cambios sociales y culturales y el intercambio de ideas, conocimientos y tecnologías, estableciendo relaciones entre diversas culturas y estimulando la cooperación y colaboración entre los pueblos.
El comercio internacional ha ayudado a la supervivencia de muchos, al permitir la acumulación de recursos y el acceso a ellos en tiempos de necesidad. Baste recordar que, en la medida en que se fueron desarrollando las rutas del comercio en virtud de los avances en la navegación marítima, los pueblos pudieron acceder a artículos inaccesibles con anterioridad, supliendo la escasez con importaciones. Tampoco es posible concebir el desarrollo de las ciudades, la urbanización y la creación de infraestructuras como puertos y carreteras sin el crecimiento del comercio entre mercados distantes y diversos.
Entre los siglos XVI y XVIII, la mayoría de las naciones europeas organizaron sus economías de acuerdo con los principios mercantilistas, que establecían que la grandeza de las naciones debía construirse acumulando oro y limitando las importaciones por medio de tarifas y barreras arancelarias, y subsidios para industrias clave, cuotas y regulaciones para lograr un superávit comercial. De este modo, se distorsionaban las señales de los mercados, se inducía a la creación de monopolios y se ahogaba la competencia. Para lograr sus objetivos se reforzaron las características autoritarias de los gobiernos centrales para controlar las actividades económicas, lo cual produjo efectos en los sistemas políticos fomentando formas de gobierno absolutistas.
Estas deficiencias pavimentaron el camino para la irrupción de ideas liberales económicas en el siglo XVIII, epitomizadas en “La riqueza de las naciones”, de Adam Smith (1776), donde promovió la idea de mercados libres, división del trabajo para mejorar la productividad, aprovechamiento de las ventajas competitivas, gobiernos limitados en sus atribuciones y libre intercambio de bienes y servicios.
La aplicación de estas teorías económicas ha permitido una mejor asignación de los recursos, un crecimiento económico sin precedentes históricos, disminución de la pobreza y acceso a toda suerte de bienes difíciles de producir localmente y a precios más bajos. Además, ha creado incentivos para la cooperación y estimulado la creación de instituciones que permiten la resolución pacífica de los conflictos, mientras que el proteccionismo aumenta los precios a los consumidores y provoca represalias por parte de los competidores, poniendo en riesgo el entendimiento entre las naciones.
¿Será posible que no haya en los grandes Estados Unidos economistas que conozcan la historia?