Investigar es un proceso mediante el cual se allega claridad a un lugar o situación donde hay oscuridad o, mejor dicho, parcial oscuridad, tinieblas. Al principio de la investigación reside, pues, una pregunta, un enigma, un problema que estimula a moverse en dirección a la eventual respuesta. Cada día llevamos cotidianamente decenas de investigaciones, búsqueda de respuestas para interrogantes que se nos abren constantemente, a veces de refilón, y también de igual manera emergen las claves de salida, aunque todo el proceso puede ocurrir muy velozmente, en un abrir y cerrar de ojos. Los seres humanos somos investigadores por naturaleza, aunque la inmensa mayoría de las veces las respuestas no son personales, sino que repiten las que ya constan en el acervo cultural. Es la cultura humana la que investiga y va transmitiendo el saber obtenido de generación en generación.
En la universidad donde trabajo —una muy buena universidad de provincia—, este año me corresponde hacerme cargo de una tutoría de investigación para cinco alumnos y alumnas. Se trata, claro, de investigación académica y no de esa búsqueda cotidiana a que me refería antes, si bien la intencionalidad es la misma. La investigación académica pretende, no obstante, superioridad, porque se ciñe a un método, el método científico. Es lo que la distingue: estar en posesión de un camino (método significa “a través de un camino”), con sus distintas etapas y requerimientos que la conducen a conclusiones seguras. La ciencia ha progresado gracias a este instrumento y de su formulación en las ciencias básicas se ha proyectado a las ciencias sociales e, incluso, con sus variantes específicas, a las humanidades. Las investigaciones que no se ciñen a ese método no tienen cabida en la academia y ello, sin duda, involucra la exclusión de discursos válidos, pero que no pueden reclamar el valor de verdad que ese método ha venido otorgando al investigar.
Ocurre con este curso que me ha permitido darme cuenta de que yo soy un mal investigador y, por lo mismo, me temo ser un tutor no idóneo en esta faena. También se me ha hecho patente lo difícil que es investigar en sede académica, porque el método es una herramienta que, mal utilizada, neuróticamente utilizada, puede entorpecer la propia investigación en estos ámbitos. Pero por otro lado, me viene resultando claro lo conveniente e importante para los estudiantes universitarios y para la universidad que, antes de realizar la investigación que les permitirá obtener el grado académico, intenten al menos investigar. La gran lección para el estudiante (y también para el profesor) es la experiencia de la necesidad de imponerse una disciplina en el pensar, sobre todo, cuando esa disciplina forma parte del propio camino del pensar.