Si algo debe estar prohibido es que el tiempo borre de la mente lo que pasó el jueves en las afueras y dentro del estadio Monumental.
No se trata de palabras bonitas. Es en serio. Como comentó el ex-DT de los albos Mirko Jozic en Croacia tras ver lo que pasó en su amado estadio colocolino (de acuerdo a lo relatado por su hija Lana), “hay que poner dos estatuas con los jóvenes fallecidos en el Monumental para no olvidar lo que pasó y no volver a repetirlo”.
Sí, no se puede ignorar que un niño y una adolescente, en circunstancias que deben ser investigadas y sancionadas sin restricciones ni excusas, murieron trágicamente en las afueras del recinto colocolino, y que un grupo de delincuentes —“organizaciones criminales”— se tomó la cancha impidiendo que se siguiera disputando un partido de la Copa Libertadores (que no debía haberse jugado por las muertes antes señaladas).
Ciertamente, se ha llegado a un punto que excede cualquier límite y todo lo que venga ahora, en cuanto a castigos, multas, suspensiones y condenas a nivel individual e institucional será entendible y hasta valorable: los culpables deben pagarlas.
Pero todo eso, que es un mínimo, no es ni debe ser el punto final. Más bien, es el inicio de una transformación total que debe exigírsele al Estado, a los gobiernos de turno, a los parlamentarios, a las fuerzas de orden y, por cierto, al fútbol chileno.
Y es que, tras una tragedia como esta, lo que viene es una oportunidad. No para hacer anuncios ni para “condenar los deleznables hechos”. No, el paso que hay que dar es exponer ideas, discutirlas en un plazo limitado, aprobar un cuerpo legal que sea claro en cuanto a sus sanciones para que quienes deben establecerlas no terminen argumentando que “no se puede hacer más”, que les dé herramientas a las fuerzas de orden para actuar, que le exija a la administración del fútbol un control estricto a los clubes a través de un reglamento claro y sancionatorio para que se preocupen de resguardar la seguridad en los recintos que ocupan.
¿Es una utopía? Pues no. Hay antecedentes.
No olvidemos, por ejemplo, lo que pasó luego de lo acontecido en la final de la Copa de Europa en Heysel (Bélgica) en 1985 en el partido entre Juventus y Liverpool, donde murieron 39 hinchas a causa de una avalancha de público (¿no suena conocido?).
Tras ello, las instituciones funcionaron. La UEFA impuso un veto de cinco años de toda competencia europea a todos los clubes ingleses, con el doble del castigo para Liverpool, y el estadio de Heysel fue clausurado para partidos de fútbol hasta su posterior demolición y reconstrucción.
No fue todo porque, a partir de ahí, se prohibió la venta de entradas en zonas sin asiento de los estadios en todos los partidos internacionales, se impusieron criterios para evaluar el nivel de seguridad y confort de los recintos, se incluyeron medidas para que las aficiones rivales estén separadas por cordones de seguridad, se instalaron cámaras de seguridad y se exigió a los equipos que dejaran de financiar a los sectores más violentos de su afición.
A todo eso se sumaron las drásticas leyes impuestas en Inglaterra por la Comisión Taylor e impulsadas por la Primera Ministra Margaret Thatcher y que cambiaron el rostro de la Premier League.
Sí, se puede. Claro que sí. No basta con condenar los hechos. No se puede esperar que el tiempo borre todo. Hay que trabajar en serio.