El mundo vive una tragedia. Se trata del retroceso más grande en avances civilizatorios en muchas décadas. El problema es que quien lidera ese retroceso es quien otrora fue el faro de la democracia liberal y la economía de mercado.
Hoy Estados Unidos avanza hacia atrás. Con consecuencias que pueden ser escalofriantes para el resto del mundo.
Esta semana, en una especie de reality show, fueron lanzadas las famosas medidas arancelarias. Bajo el rótulo de “Día de la Liberación”, hasta una pequeña isla habitada solo por pingüinos fue notificada del alza de aranceles.
Hace 200 años David Ricardo fue capaz de demostrar que el intercambio comercial es mutuamente beneficioso para los países. Así lo entendió el mundo en las últimas décadas y los niveles de bienestar se incrementaron en todas partes. Pero esta semana retrocedimos al punto de partida.
Y nos aprontamos a ver las represalias y todas las consecuencias nefastas.
Como si fuera poco, el presidente se ha mostrado disponible para seguir un nuevo mandato. Según la Constitución no puede, pero Trump dice: “Hay maneras”. Tal vez la edad no se lo permita, pero la mera insinuación de aquello acerca a Estados Unidos a las autocracias, donde el líder de turno simplemente se salta el orden vigente bajo algún ardid para perpetuarse en el poder.
Suma y sigue.
Hace pocos días, el gobierno estadounidense ignoró el fallo del tribunal que suspendió la expulsión forzosa de venezolanos a El Salvador, aprovechando de atacar al juez en las redes sociales llamándole “lunático de la izquierda radical corrupto” y pidió su destitución.
La presión ejercida sobre el sistema legal estadounidense no se detuvo ahí. Trump se vengó de algunos de los estudios de abogados más grandes del país, pidiendo que algunas firmas sean incluidas en una lista negra y que a sus empleados se les prohíba cualquier contrato del gobierno federal y se les niegue el acceso a los edificios. Una sentencia de muerte para esas firmas.
La división de poderes de Montesquieu y el principio del límite de la autoridad sobre la sociedad expuesto por John Stuart Mill empiezan a ser desechados.
Por su parte, la vieja asociación Europa se encuentra ante una nueva y cruda realidad en la que ya no se da por hecho que Estados Unidos sea la columna vertebral de la OTAN, la alianza que ha garantizado la seguridad del continente durante casi 80 años.
Así, Marshall, Churchill, Roosevelt pasan al olvido.
La administración Trump ha convertido las promesas de campaña de atacar a las universidades con el retiro de cientos de millones de fondos federales. Su reciente ataque es contra Harvard, al anunciar que revisará cerca de 9.000 millones de dólares en contratos y subvenciones multianuales.
El efecto amedrentador de esta administración también se ha extendido contra la libertad de prensa. Se ha expulsado del Pentágono a organizaciones de noticias consolidadas y se ha marginado de la Casa Blanca a algunos de los principales medios de comunicación.
En algo ya a estas alturas anecdótico pero trágico, hay que recordar uno de sus primeros anuncios de prohibir el uso de bombillas de papel en todo Estados Unidos, alegando que “no funcionan”, para hacer volver el plástico en gloria y majestad.
Deberán pasar años para entender esta gran reacción norteamericana y el amplio apoyo que genera Trump. Los inmigrantes, la cultura woke, el mal gasto público y muchas otras cosas explican lo que está ocurriendo. Pero es tan grave todo lo que vemos que es posible que no lo logremos dimensionar. El faro de libertad se apaga día a día legitimando acciones que mañana serán usadas por otros para hacer lo mismo, pero con las políticas inversas.
George Washington decía que “la libertad, cuando comienza a echar raíces, es una planta de rápido crecimiento”. Así fue en Estados Unidos hasta ahora. Hoy la planta comienza a secarse. O derechamente la están arrancando.