Si usted lee esta columna, hoy sábado muy tarde, es posible que ya se haya dilucidado el misterio. El Partido Comunista habrá elegido su candidato presidencial entre Daniel Jadue y Jeannette Jara.
Jara o Jadue. Jadue o Jara.
Los “J”. Una letra con mucha historia en el partido…
Tal como el nombre del “comité central”, que será lo que se junte hoy, y cuya instancia viene de los bolcheviques rusos y del propio Lenin. Ni el libro de cabecera (El Manifiesto), ni el logo (la hoz y el martillo), ni el nombre de la instancia principal (“comité central”) se ha renovado en el partido.
Así, hay dos cuerdas para un mismo trompo. Por un lado, Daniel Jadue, un personaje agresivo, burdo e investigado por corrupción. Por el otro lado, Jeannette Jara, una ministra amable y elogiada por su capacidad de diálogo.
¿Marca esa evidente diferencia de formas una diferencia en el fondo?¿O se trata más bien —como en la novela “El doctor Jekyll y el señor Hyde”— simplemente de lo mismo con dos identidades distintas?
La ideología comunista es tan clara que, desde el momento de adscribir a ella, no hay matices. Podrá haber velocidades distintas, pero el punto final al cual se quiere llegar es el mismo. El materialismo dialéctico como motor de la historia, el comunismo previo paso por el socialismo, el fin de la historia y el “hombre nuevo” es casi una verdad revelada. Adscribir a ella es más que una simple adhesión política, es una forma de vida. Es una especie de religión secular (el filósofo Walter Kaufmann afirmó que Marx fue el “segundo judío de la historia al que casi medio mundo ha aceptado por mesías”).
Lo curioso es que son pocos los países en los que la opinión pública está pendiente de las definiciones del comité central del Partido Comunista. En el mundo democrático ese partido no juega ningún rol. En general, ha sido prácticamente excluido de cualquier alianza seria.
Más aún, hay que recordar que en 2019 (con 535 votos a favor y solo 66 en contra), la Unión Europea situó oficialmente al comunismo al mismo nivel que el nazismo, tras aprobar una resolución en la que señaló que “ambos regímenes cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones, y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad”.
Si surgiera un partido nazi, nos causaría escozor. Mismo escozor que debiera producir el que alguien adscriba al comunismo. Decir que en Chile han sido distintos, es equivalente a que un nuevo partido nazi diga que no conoció a Hitler. El problema es la doctrina, no la trayectoria.
Y Jadue y Jara adscriben a la misma doctrina.
Paradójicamente, el Partido Comunista en el mundo gobierna en países donde no existe democracia y donde las libertades públicas son atropelladas. Sin excepciones.
En Chile su ideario es el mismo que el del resto del mundo. Y pese a que el Partido Comunista chileno reivindica, en el papel, su adhesión a la democracia, su ideario no es posible separarlo del de su casa matriz. Y eso explica que no condenen a Venezuela, que se acongojen con la muerte del tirano en Corea del Norte, que admiren a Cuba y que viajen a China.
Ciento ochenta años de historia permiten emitir un juicio sobre el comunismo, donde la democracia, la libertad y la economía se han visto indefectiblemente secuestradas.
Si hoy el partido escoge a Jadue, evidentemente no saldrá de la marginalidad. Si, como todo indica, escogen a Jara, se tratará de una apuesta interesante. De una comunista amable y que —forzada por los vientos antirrevolucionarios y las minorías en el Congreso— actuó como “socialdemócrata” (como la acusaron internamente los duros del partido).
Carolina Tohá, para posicionarse hacia el centro, ha dicho que estaría muy incómoda con Jadue. Pero el problema no es Jadue. El problema es la doctrina.
Y en eso, no hay diferencia alguna entre uno y otro. Por lo que si la escogida es Jara, y llegara a resultar elegida presidenta, sería la “presidenta comunista”, mucho antes que la “presidenta Jara”.
Mal que mal, como dijo Fidel Castro: “Ser revolucionario es una forma de ser, es un acto de vida, un acto de lucha, de convicciones profundas”.